Después de varios días cuidando a Halis, Hattuc se sintió completamente agotada. Sin embargo, sabía que Halis la necesitaba mucho, y eso le daba fuerzas para seguir adelante. Una tarde, cuando el médico le dijo que el estado de Halis había mejorado, Hattuc decidió organizar una noche especial en la habitación del hospital. Preparó en silencio sus platos favoritos: un plato de pasta italiana, unas piezas de carne asada fragantes, y una taza de té con miel caliente. Además, trajo un pequeño altavoz para poner música antigua, las melodías que solían escuchar en aquellos encuentros secretos, cuando el tiempo parecía detenerse y todo a su alrededor era solo ellos.
Hattuc se sentó junto a la cama, levantó suavemente el plato de comida cerca de los labios de Halis. Sonrió, sus ojos cansados pero aún brillando con amor. “¿Lo recuerdas?” preguntó, con voz suave y llena de esperanza. “Esta canción sonó la última vez que nos vimos a escondidas bajo la luna.” Halis la miró durante un largo rato, con una mirada llena de ternura y profundidad, sus labios curvándose en una sonrisa vaga. “Recuerdo cada detalle, Hattuc. Y te recuerdo a ti, más que a nada en el mundo.” Su voz estaba ronca, como si hubiera tenido que guardar esas palabras en su corazón durante mucho tiempo.
Un silencio llenó la habitación del hospital, solo interrumpido por la suave música. Hattuc tomó su mano con delicadeza, luego lo abrazó con ternura, aunque él solo pudiera estar sentado en la cama. Ambos bailaron lentamente al ritmo de la vieja música, pasos lentos pero llenos de armonía. Aunque no podían sentir la libertad de una danza perfecta, en ese momento, parecían estar en un espacio propio, donde solo existía la conexión entre sus corazones. Esa noche, después de quedarse dormida junto a Halis, él abrió los ojos en la oscuridad y la miró con una ligera sonrisa. Los pensamientos en su cabeza giraban en torno al profundo amor que sentía por ella. “Si mañana no llega,” pensó, “al menos le he dicho que la amo.” Aunque no podía prever lo que sucedería, Halis se sintió aliviado y en paz, porque al menos su amor había sido expresado, no solo en palabras, sino en cada acción, en cada momento compartido lleno de significado.