Después de que Ferit se fuera, Seyran sintió su corazón roto en mil pedazos. No sentía rencor, pero el dolor crecía silenciosamente en su interior, una sensación de vacío que no podía explicar. No culpaba a Ferit, solo esperaba que algún día él se diera cuenta de que la familia siempre es el lugar al que regresar, el único lugar capaz de sanar las heridas. Se prometió a sí misma ser fuerte, ser siempre el pilar firme para su familia en los momentos más difíciles.
Durante ese tiempo, Gülgün, quien siempre había mantenido su distancia con Seyran, sorprendió a todos al abrir su corazón. Ya no era la mujer fría y distante de antes. Las dos mujeres, a pesar de sus diferencias, comenzaron a compartir el dolor, las preocupaciones y apoyarse mutuamente en los momentos más difíciles. Seyran se dio cuenta de que Gülgün ya no era la opositora, sino una verdadera amiga. Juntas cuidaron al señor Halis, que estaba gravemente enfermo, y se fortalecieron mutuamente en medio de la tristeza.
Mientras tanto, Ferit, en Nueva York, enfrentaba muchas dificultades para integrarse en su nueva vida. Los días allí eran solitarios y vacíos. Un día, mientras miraba las fotos en su teléfono, vio una imagen de la familia que Seyran le había enviado. Esa escena cálida, con sonrisas y abrazos felices, le atravesó el corazón como una daga. Los recuerdos de los días tranquilos con su familia regresaron con fuerza, y se dio cuenta de que todo lo que había estado buscando, todo lo que consideraba más importante en la vida, estaba en su hogar. Comenzó a sentir una profunda carencia y se preguntó si era demasiado tarde para regresar.
Con determinación, Ferit volvió a Estambul, no por trabajo ni por ninguna otra razón, sino simplemente por su familia. No esperaba que, al llegar a la casa de Korhan, Seyran lo estuviera esperando. La miró a los ojos, sin rencor, solo con paz y lágrimas. El corazón de Ferit se apretó, y no pudo evitar sentirse abrumado por la culpa. “He cometido un error”, dijo, su voz quebrada por el arrepentimiento. Ella no respondió, pero la sonrisa suave en su rostro fue la respuesta más clara. Las lágrimas caían, pero su corazón ya estaba listo para perdonar.
Seyran y Ferit se sentaron juntos, tomados de la mano, como si nada pudiera separarlos. Habían superado el dolor, las pérdidas, y ahora se enfrentaban a las dificultades por venir, juntos, sin separarse. Sabían que la familia no es un lugar para escapar, sino un lugar para proteger y amar, sin importar los obstáculos. Y esta vez, no permitirían que nada rompiera de nuevo a la familia Korhan.