El coche giró por las calles vacías de Estambul, los faros cortaban la quietud de la noche. Dentro, Orhan e Ifakat estaban sentados en silencio, sus miradas llenas de tristeza. Habían buscado a Ferit durante toda la noche, con el corazón lleno de preocupación. Finalmente, lo encontraron en una pequeña cafetería, ubicada junto al río. Ferit estaba sentado solo en una esquina del lugar, su mirada perdida observando el flujo del río. Al ver a sus padres, no mostró sorpresa alguna. “Estás equivocado,” dijo Ferit con voz fría, “solo sabes de poder y control. Ya no quiero vivir en esa jaula.”
Ifakat intentó calmar a su hijo: “No venimos aquí para obligarte a regresar, Ferit. Solo queremos que sepas que la familia siempre estará a tu lado. Pero si decides irte, por favor, déjanos entender el porqué.” Las palabras sinceras de su madre hicieron que el corazón de Ferit se conmoviera. Miró a su madre, luego a su padre, con una mirada complicada. En ese momento, un grupo de jóvenes desconocidos apareció, reconocieron a Ferit y comenzaron a provocar. Se burlaron, lo desafiaron, y rápidamente pasaron a la acción. Sin dudarlo, Orhan e Ifakat se lanzaron a defender a su hijo. Empujaron a los jóvenes, protegiendo a Ferit de los golpes y los insultos. En ese momento peligroso, Ferit vio a sus padres luchando por protegerlo. Se dio cuenta de que, aunque existieran desacuerdos, la familia siempre sería el lugar donde encontraría seguridad y amor.
Después de que los jóvenes huyeron, los tres se sentaron juntos en la cafetería. El ambiente se volvió tranquilo, solo se escuchaba el suave susurro de las hojas fuera de la ventana. Orhan puso suavemente su mano sobre el hombro de Ferit: “Hijo, sé que cometí un error. Fui demasiado estricto, no entendí tus sentimientos.” Ferit miró a su padre, luego a su madre, y finalmente comenzó a llorar. Las lágrimas rodaron por su rostro, arrastrando consigo la tristeza y el rencor. Abrazó fuertemente a sus padres, sintiendo el cálido amor que ellos le ofrecían.