Seyran entró en la fría habitación, su mirada afilada como una cuchilla. Ferit estaba sentado en el sofá, con una expresión de preocupación. Sabía que Seyran había venido para hablar con él, y temía lo que ella iba a decir. Seyran se detuvo frente a Ferit, con una voz tranquila pero llena de determinación. “Siempre me has amenazado con mi padre,” dijo, “pero ahora voy a seguirlo por mi propia decisión. Nunca me has entendido.” Ferit estaba sorprendido, sin creer lo que escuchaba. Intentó justificarse, su voz temblando. “Seyran, solo temía que tu padre te hiciera daño. Solo quiero protegerte…” Seyran sonrió con desdén, como si estuviera burlándose de esa excusa. “No necesito que nadie me proteja,” dijo. “Hace mucho que me cuido sola.”
Se dio la vuelta, dejando a Ferit paralizado en su dolor. No podía detenerla, solo podía ver cómo la figura de Seyran se alejaba, llevando consigo su determinación y libertad. Bajo la luz tenue frente a la mansión Korhan, Seyran caminaba junto a Kazim, el padre que había sido su mayor miedo. Pero ahora, para Seyran, ya no había nada que temer. Era el fin de un matrimonio lleno de dolor y el comienzo de su propio viaje hacia la libertad.
Seyran y Kazim llegaron a una pequeña casa, donde vivirían juntos. Seyran se sentía aliviada y feliz de estar junto a su padre. Sabía que esto era el comienzo de una nueva vida, una vida en la que viviría según sus propios deseos. Ferit no podía olvidar a Seyran. Recordaba los hermosos momentos que habían compartido, los momentos en que se amaban. Lamentaba haber herido a Seyran y quería corregir sus errores. Un día, Ferit fue a visitar a Seyran. Se disculpó por lo que había hecho. Dijo que la amaba y quería regresar con ella. Seyran escuchó a Ferit, pero ya no confiaba en él. Sabía que él podría cambiar, pero necesitaba tiempo para pensarlo. En los días siguientes, Ferit intentó demostrar a Seyran que había cambiado. La trataba con respeto y amor. También la ayudaba en su trabajo y en su vida.