Kazım estaba de pie frente a Halis, el padre anciano, en la habitación oscura. Sus ojos ardían como dos llamas encendidas, consumiendo todo a su alrededor con furia. Halis, con una expresión llena de arrepentimiento, había confesado todo: las fotos de Ferit, el difunto esposo de Seyran, eran falsificaciones. Todas las dudas de Kazım se confirmaron como la verdad. Su ira era como un volcán en erupción dentro de él. “¡Me has mentido!” rugió Kazım, su voz rasposa llena de ira y furia. La sensación de haber sido engañado, traicionado, lo hizo sentirse como si fuera a perder la cordura. Su decisión fue firme: llevaría a Seyran y Suna con él, sin importar las consecuencias.
Se volvió hacia Seyran y Suna, las chicas que alguna vez consideró su familia. En sus ojos solo había confusión y preocupación, pero para Kazım, ya no había espacio para el perdón. Había tomado su decisión: Seyran y Suna ya no serían parte de la familia Korhan. “Vámonos,” dijo Kazım, su voz fría y decidida. Nada podría cambiar su decisión. Aunque tuviera que romper todas las relaciones, nunca miraría atrás. Seyran se apresuró a acercarse, pero tan pronto como intentó tomar su mano, una bofetada la hizo retroceder. “Ya no necesito que me expliques nada,” dijo Kazım, sin preocuparse por ninguna súplica. Seyran se desplomó. No podía creer que la persona que siempre había respetado pudiera ser tan cruel. Las lágrimas brotaron de sus ojos, pero Kazım ya no quería escuchar más. Dio la orden a los sirvientes de empacar las pertenencias, preparándose para la partida.
Suna, la hermana menor, permaneció en un rincón, observando todo con ojos llenos de miedo. No entendía por qué su familia había caído en tal caos. Intentó tomar la mano de su madre, pero Seyran solo pudo abrazar a su hija, con lágrimas cayendo sin cesar. Cuando las tres personas salieron de la mansión, parecía que se alejaban de una vida que habían creído eterna. Seyran miró la casa por última vez, el lugar lleno de tantos recuerdos de alegría y tristeza. No sabía adónde las llevaría el futuro, pero sabía que sus vidas nunca serían las mismas. Mientras tanto, Halis se quedó solo en la habitación vacía, lleno de arrepentimiento y dolor. Había causado una herida demasiado grande a su familia, y no sabía si alguna vez podría sanarla.