Abidin estaba de pie frente al periodista, respirando con dificultad. La pequeña habitación estaba impregnada del olor a sangre y miedo. La esposa del periodista, aún temblando, abrazaba con fuerza a su marido. Abidin miró a su alrededor, consciente del caos que había provocado. Relajó las manos y retrocedió tambaleándose. En su mente había un torbellino de emociones. La furia había desaparecido, dejando paso al arrepentimiento y al temor. ¿Qué había hecho? Había perdido el control. Abidin miró a los ojos del periodista, quien intentaba levantarse, con la mirada llena de indignación. “Lo siento”, dijo Abidin con voz temblorosa. “No sé qué me pasó.”
El periodista escupió un poco de sangre y soltó una risa sarcástica. “¿Lo sientes? ¿Crees que una disculpa puede borrar todo lo que has hecho?” Abidin guardó silencio. Sabía que no podía reparar el daño causado. “Pero…” Abidin vaciló. “No quería lastimarte. Solo quería proteger a mi familia.” El periodista lo miró fijamente. “¿Y crees que tu manera de actuar es correcta? ¿Que la violencia puede resolver todos los problemas?” Abidin bajó la cabeza. Sabía que el periodista tenía razón. La violencia no era la solución.
“Borraré esas fotos”, dijo el periodista con voz ronca. “Pero tienes que prometerme que nunca volverás a hacer algo así.” Abidin asintió con la cabeza. Sabía que debía cambiar. Tenía que encontrar otra forma de enfrentar sus problemas. Al salir de la casa del periodista, Abidin sintió como si estuviera entrando en un mundo completamente nuevo. Un mundo sin ira, sin destrucción, pero lleno de paz y lucidez. Cuando llegó a casa, Abidin abrazó con fuerza a su esposa y a su hijo. Les prometió que siempre protegería a su familia, pero de una manera diferente, con amor y comprensión.