La habitación estaba llena de una luz tenue mientras Seyran recogía las últimas pertenencias. Su corazón estaba helado, pero su mente más fuerte que nunca. Frente a la maleta, miró alrededor de la habitación, que había sido testigo de hermosos sueños, pero también llena de mentiras. Ferit entró, con una mirada desesperada al ver el equipaje. “¿De verdad te vas? No puedes hacerme esto,” dijo, su voz rasposa por la preocupación. “Me dejaste sola en el restaurante para ir tras Pelin. ¿Entonces qué motivo tienes ahora para retenerme?” respondió Seyran, con voz tranquila pero cargada de reproche.
Ferit tembló. “Solo tengo miedo de que te pongas en peligro cerca de Kazim.” Pero Seyran negó con la cabeza y sonrió con tristeza. “¿Te importa lo que me pase? Ni siquiera sabes quién soy. Soy más fuerte de lo que crees, Ferit. Y no necesito un esposo que solo se dedica a traicionar y ocultar su debilidad con mentiras.” Ferit quedó inmóvil mientras Seyran pasaba a su lado, dejando atrás un suave aroma. Ella no miró atrás, ni derramó una lágrima.
Cuando Seyran cruzó la puerta principal de la mansión, sintió cómo una brisa de libertad llenaba su pecho. Kazim la esperaba, y en su mirada ya no había amenaza, sino satisfacción al ver a su hija regresar. Seyran no necesitaba consuelo, solo un nuevo comienzo, un lugar donde no tuviera que vivir rodeada de engaños. Ferit, solo en la habitación vacía, se desplomó sobre la cama. Las lágrimas caían por su rostro. Por primera vez, sintió el verdadero dolor de perder a la única persona que le daba sentido a su vida. Pero ahora, todo era demasiado tarde.