La suave luz de la luna teñía de amarillo el antiguo jardín, mientras las flores nocturnas desprendían un aroma fragante. Abidin estaba bajo el árbol de manzana, sosteniendo dos helados caseros en las manos, su corazón latiendo con fuerza. Había preparado este momento desde hacía tiempo, eligiendo cuidadosamente las mejores frutas frescas, triturándolas y dando forma a los helados con sus propias manos. Suna apareció, y su belleza bajo la luz de la luna brillaba aún más. Abidin le ofreció un helado, sonriendo. “Quiero que este helado sea más especial. Hecho con todo el cariño que siento por ti”, dijo, su voz llena de esperanza. Suna se sorprendió, pero se mostró muy feliz. Tomó el helado y dio un pequeño bocado. El sabor dulce y refrescante se extendió por su boca, llevando consigo el aroma característico de las frutas frescas. “Es muy dulce, como la sensación que siempre tengo cuando estoy a tu lado”, respondió, con los ojos brillando.
Abidin reunió todo su valor y miró profundamente a los ojos de Suna. “Suna, quiero invitarte a comer helado todos los días. No solo hoy, sino todos los días… como parte de mi vida.” Suna se sonrojó, su corazón latía con fuerza. No pudo evitar sonreír felizmente. “Aceptarés… si prometes que siempre harás helados tan ricos como este”, respondió en voz baja. Las risas resonaron en la noche, rompiendo el silencio del jardín. Abidin y Suna se sentaron en el banco de piedra, disfrutando del helado juntos y conversando. Hablaron de sueños, de aspiraciones, de las cosas que les gustaban. Cada palabra, cada mirada intercambiada, contenía un cariño sincero.
A medida que la noche avanzaba, la luna brillaba aún más. Los dos jóvenes se sentaron uno junto al otro, tomados de la mano, sintiendo el calor del otro. Sabían que su amor había comenzado con esos helados dulces bajo la luna. En los días siguientes, Abidin y Suna se citaron con frecuencia. Cada noche, él preparaba un helado especial, con diferentes sabores, cada uno con un significado propio. A veces, era sabor fresa, que representaba un amor apasionado, otras veces, chocolate amargo, simbolizando los desafíos que juntos superarían. Su amor creció con cada día, con cada hora. Compartían juntos alegrías, tristezas, y construían sueños. El helado, ese pequeño regalo que Abidin le dio a Suna, se convirtió en un símbolo de su amor, un amor dulce y duradero.