En la oficina, la luz tenue que entraba por la ventana iluminaba la antigua mesa de madera, donde Don Pedro e Inés estaban sentados frente a frente. El ambiente estaba tenso, pesado, como si todo a su alrededor estuviera sumido en la oscuridad. No podían olvidar esa noche, cuando ocurrió el accidente y Mateo, su único hijo, se fue para siempre. Un silencio doloroso llenaba la habitación antes de que Don Pedro finalmente rompiera el silencio. “¡Esto es culpa de Andrés!” gritó Don Pedro, golpeando la mesa con fuerza, su rostro rojo de rabia. “Sabía que el coche no era seguro, pero aún así permitió que Mateo condujera. ¡Si hubiera hecho su trabajo correctamente, nuestro hijo seguiría con nosotros!” Inés permaneció en silencio, apretando fuertemente el pañuelo en sus manos, con las lágrimas cayendo por sus mejillas. No dijo nada de inmediato, pero sus ojos brillaban con un dolor inmenso. Había llorado demasiado en los últimos días. “Pedro, la ira no traerá a Mateo de vuelta,” susurró, su voz ahogada. “Pero quiero justicia. Alguien debe hacerse responsable de este dolor.”
Don Pedro permaneció en silencio, pero el fuego de la ira dentro de él nunca se apagó. Estaba demasiado acostumbrado al sentimiento de enojo cada vez que pensaba en la muerte de Mateo, en la falta de Andrés, a quien habían confiado la seguridad del coche. Andrés era el responsable de revisar el coche antes de dejar que Mateo condujera, pero había pasado por alto las señales de advertencia. Y ahora, Mateo se había ido. “Inés, lo harán pagar,” susurró Don Pedro, su voz llena de determinación, como si ya hubiera decidido no solo exigir justicia, sino hacer que los culpables pagaran por su irreparable error. Se levantó, se acercó a la ventana y miró hacia afuera, sus ojos brillando con una resolución implacable. “No vamos a dejar que esto pase sin que paguen por ello.”
Inés miró la figura de su esposo, sintiendo la tensión en el aire. Sabía que necesitaban justicia, pero también entendía que una parte de ella aún deseaba que las cosas pudieran haber sido diferentes. Ella quería consuelo, pero la sensación de pérdida era demasiado grande, nada podía llenar ese vacío. Secó sus lágrimas, mirando sus manos temblorosas. “Pedro, ¿qué haremos ahora?” preguntó, su voz vacía. Don Pedro se volvió hacia ella, su mirada ahora llena de una intensa determinación. “Vamos a encontrar la verdad, Inés. Y alguien pagará por esto. No te preocupes, no voy a dejar que este dolor se convierta en un silencio sin sentido. Nuestro hijo merece justicia.” Durante los días siguientes, Don Pedro comenzó la investigación, buscando pruebas, trabajando con abogados, investigando hasta el más mínimo detalle relacionado con el accidente. Inés, por su parte, permaneció a su lado, aunque el dolor seguía pesando sobre ella, pero también sintió una fuerza proveniente de la determinación de Pedro. No podían cambiar el pasado, pero no permitirían que Mateo se fuera sin justicia.