Fina se ajustó el delantal, sintiendo la tela áspera contra su piel como un recordatorio constante de su nueva realidad. La campana sobre la puerta tintineó, anunciando la llegada de otro cliente. Fina forzó una sonrisa, tratando de ocultar la tormenta de emociones que se agitaba dentro de ella. La panadería, con su aroma a levadura fresca y café recién hecho, era un mundo lejos de la fría celda de la prisión, pero los fantasmas del pasado la perseguían. Santiago, su esposo, y la injusticia que la había llevado a la cárcel, eran sombras que se cernían sobre ella. A pesar de su liberación, las heridas emocionales aún estaban abiertas, y las miradas curiosas y los susurros de sus compañeros la hacían sentir expuesta y vulnerable.
Marta, su compañera de trabajo y confidente, se convirtió en su faro en aquella oscuridad. Desde el primer día, Marta había estado a su lado, ofreciéndole un hombro sobre el que llorar y palabras de aliento que la ayudaban a seguir adelante. “Tú la cabeza bien alta”, le decía Marta con una firmeza que hacía que Fina se sintiera un poco más segura de sí misma. Sin embargo, los murmullos y las miradas indiscretas de los demás seguían siendo una carga pesada. Fina los escuchaba en cada esquina, en cada conversación susurrada. “Esa es la que estuvo en la cárcel”, “No deberíamos dejar que alguien así trabaje aquí”, eran frases que la herían profundamente. Una tarde, mientras caminaban juntas hacia casa, Marta tomó la mano de Fina y la apretó con fuerza. “Lo que digan los demás no importa. Lo que importa es lo que somos ahora”, le dijo Marta, su voz llena de determinación. Esas palabras resonaron en el corazón de Fina. Se dio cuenta de que no podía permitir que el juicio de los demás definiera su vida.
Poco a poco, Fina comenzó a reconstruir su vida. Se concentró en su trabajo, en las pequeñas alegrías del día a día, en la amistad de Marta. Cada día era una batalla, pero con cada paso adelante, se sentía más fuerte. Las heridas emocionales aún dolían, pero la confianza en sí misma comenzaba a florecer. Un día, mientras atendía a un cliente, Fina se encontró con una mirada de compasión en sus ojos. Fue entonces cuando se dio cuenta de que no estaba sola. Había personas que la entendían y la apoyaban, personas que veían más allá de su pasado. Fina sabía que el camino sería largo y difícil, pero estaba decidida a seguir adelante. Con Marta a su lado y con la fuerza que había encontrado dentro de sí misma, estaba segura de que podría superar cualquier obstáculo. El pasado ya no la definiría, sería su futuro quien lo haría.