El sonido de los frenos y el impacto habían marcado el final de una vida y el comienzo de un dolor inimaginable. Mateo había muerto en el lugar del accidente, y Claudia, aún atrapada en el choque emocional, fue trasladada al hospital con lágrimas interminables. —No siento a mi bebé… —susurró débilmente, mirando a Carmen y Tasio, que intentaban mantenerse firmes a pesar de su propia angustia. La preocupación en los rostros del matrimonio era evidente. Tasio salió corriendo a buscar al médico mientras Carmen se quedaba a su lado, sosteniéndole la mano con fuerza. El doctor llegó rápidamente, acompañado de enfermeras que realizaron pruebas y ultrasonidos. Cuando terminó, el silencio en la habitación fue ensordecedor. Finalmente, el médico habló: —Claudia, lamento mucho decirte que hemos perdido al bebé.
La habitación se llenó de un dolor palpable. Claudia cerró los ojos, sus lágrimas cayendo en un flujo constante. —No puede ser… todo se ha ido… Mateo, mi bebé… ¿qué me queda ahora? Carmen la abrazó con fuerza mientras Tasio intentaba contener las lágrimas. —Claudia, no estás sola —dijo Carmen suavemente—. Mateo querría que encontraras la fuerza para seguir adelante. Y aunque esto sea insoportable ahora, estaremos contigo en cada paso.
A pesar del vacío abrumador, Claudia sabía que tenía que honrar la memoria de Mateo y el breve tiempo que había compartido con su bebé. En los días siguientes, con el apoyo de Carmen y Tasio, comenzó a dar pequeños pasos hacia la sanación, aunque sabía que el camino sería largo y lleno de altibajos. La pérdida había dejado cicatrices profundas, pero Claudia decidió que no dejaría que definieran el resto de su vida. Mateo y su bebé siempre estarían en su corazón, guiándola hacia un futuro en el que pudiera encontrar paz nuevamente.