Patricia estaba allí, con el corazón latiendo con fuerza. No podía creer lo que acababa de escuchar. Jesús, el hombre en quien siempre había confiado, el compañero con quien había construido el imperio Perfumerías De la Reina, la había traicionado de manera tan descarada. Recordó los días en que ambos comenzaron su negocio, las dificultades que habían superado. Había confiado en él, entregando su futuro en sus manos, y ahora él le daba la espalda. La rabia y la decepción inundaron el corazón de Patricia. Trataba de mantenerse calmada, pero su voz temblaba al preguntar: “¿Qué estás diciendo, Jesús? ¿Dónde está el contrato? Me lo habías prometido.”
Jesús la miró con una mirada fría, sin arrepentimiento. “No recuerdo haber prometido nada, Patricia. Tal vez hayas entendido mal.” Patricia sintió como si le hubieran dado una bofetada en la cara. No podía aceptar esa traición. Había dedicado todo a la empresa, y ahora la trataban como a una extraña. En su desesperación, Patricia recordó el consejo de su abogado. Él le había dicho que, en los negocios, nadie podía confiar completamente en nadie, ni siquiera en los amigos más cercanos. Ese consejo ahora sonaba como una profecía.
Patricia decidió que no dejaría que Jesús siguiera engañándola. Iba a abandonar Perfumerías De la Reina y empezar una nueva carrera. Sabía que no sería fácil comenzar de nuevo, pero confiaba en que podía lograrlo. Antes de irse, Patricia decidió enfrentarse a Jesús una vez más. Quería que supiera que ya no confiaba en él. “Me voy de la empresa, Jesús,” dijo Patricia con voz fría. “Y nunca olvidaré lo que me has hecho.” Jesús no dijo nada, solo la miró con indiferencia. Patricia dio media vuelta y se fue, sin mirar atrás.
Cuando salió por la puerta de la empresa, Patricia se sintió aliviada, pero también con el corazón roto. Había perdido muchas cosas, pero aún conservaba su dignidad y su confianza en sí misma. Sabía que el futuro aún estaba por delante y que encontraría su felicidad. Mientras tanto, Jesús se quedó solo en su oficina, mirando por la ventana. Se sentía arrepentido por lo que había hecho. Pero también sabía que esa era la decisión correcta. Había eliminado a un competidor peligroso y ahora podía hacer lo que quisiera.