Fina se ajustó el delantal, sintiendo la tela áspera contra su piel como un recordatorio constante de su nueva realidad. La campana sobre la puerta tintineó, anunciando la llegada de otro cliente. Fina forzó una sonrisa, tratando de ocultar la tormenta de emociones que se agitaba dentro de ella. La panadería, con su aroma a levadura fresca y café recién hecho, era un mundo lejos de la fría celda de la prisión, pero los fantasmas del pasado la perseguían. Santiago, su esposo, y la injusticia que la había llevado a la cárcel, eran sombras que se cernían sobre ella. A pesar de su liberación, las heridas emocionales aún estaban abiertas, y las miradas curiosas y los susurros de sus compañeros la hacían sentir expuesta y vulnerable. Marta, su compañera de trabajo y confidente, se convirtió en su faro en aquella oscuridad. Desde el primer día, Marta había estado a su lado, ofreciéndole un hombro sobre el que llorar y palabras de aliento que la ayudaban a seguir adelante. “Sé quién eres, Fina. Nadie tiene el derecho de hacerte sentir menos. Eres mucho más fuerte de lo que crees”, le decía Marta con una firmeza que hacía que Fina se sintiera un poco más segura de sí misma.
Pero a pesar del apoyo inquebrantable de Marta, Fina no podía dejar de sentirse atrapada entre su pasado y su presente. La hija de Isidro, al notar el dolor en la mirada de Fina, no pudo evitar expresar su enfado. —No puedes seguir así, Fina. No te mereces estar en esa tienda, sintiéndote mal todo el tiempo. ¡Deja todo estar! Fina se quedó en silencio, reflexionando sobre las palabras de Marta y las de la hija de Isidro. Sabía que no podía seguir viviendo bajo el peso de su pasado, pero tampoco quería abandonar lo que había comenzado a reconstruir. El apoyo de Marta fue su ancla, pero el proceso de sanar sería más largo de lo que había imaginado. Aquellas palabras resonaron en su mente durante días. Fina comenzó a darse cuenta de que la decisión de quedarse o irse no era solo sobre el trabajo, sino sobre su propia felicidad y bienestar. Una noche, mientras miraba las estrellas, tomó una decisión.
Al día siguiente, Fina habló con Marta, expresando sus dudas y temores. Marta la escuchó con paciencia y comprensión. “Tienes razón, Fina. No tienes por qué soportar esto sola. Pero tampoco tienes que rendirte. Quizás necesites un cambio, un nuevo comienzo”. Con el apoyo de Marta, Fina decidió tomar un curso de repostería, algo que siempre había soñado hacer. Fue un nuevo comienzo, una oportunidad de explorar sus talentos y de conocer a nuevas personas. Al principio fue difícil, pero con cada pastel que horneaba, Fina sentía que una parte de ella sanaba. Las miradas de admiración de sus compañeros de clase la llenaban de confianza. Descubrió que tenía un don para la repostería y que podía hacer algo que la hacía feliz. Un día, mientras entregaba un pastel a un cliente, se encontró con la hija de Isidro. La joven la miró con una sonrisa y le dijo: “Sabía que lo lograrías, Fina”. En ese momento, Fina supo que había tomado la decisión correcta. La historia de Fina es un testimonio de la fuerza del espíritu humano y de la importancia de la amistad y el apoyo. A pesar de las adversidades, Fina logró superar su pasado y encontrar una nueva vida llena de esperanza y felicidad.