En la pequeña habitación iluminada tenuemente, Marta estaba sentada frente a su padre, con las manos apretando la taza de café que ya se había enfriado hacía mucho. Sus ojos caían hacia la mesa, mientras su voz temblaba:
“No puedo permitir que Fina siga sufriendo, papá. Tenemos que hacer algo.”
Su padre, un hombre firme con el rostro marcado por el tiempo, suspiró profundamente:
“Lo entiendo, pero esto no es fácil. La ley no siempre es justa. ¿Estás preparada para lo que pueda venir?”
Marta asintió, sus ojos brillaban con una determinación ardiente. No podía permitir que su mejor amiga sufriera una condena injusta. Las breves visitas a la cárcel hacían que su corazón se rompiera cada vez más.
Mientras tanto, Fina, después de varios días sin dormir, luchando contra el miedo y la injusticia, seguía intentando mostrarse fuerte cada vez que veía a Marta. Pero en lo profundo de sus ojos, se reflejaba una fatiga abrumadora.
Una chispa de esperanza surgió cuando Marta descubrió nuevas pruebas a través de un testigo dispuesto a declarar la inocencia de Fina. Con el apoyo de su padre, decidió llevar el caso a niveles más altos, enfrentándose a un sistema lleno de obstáculos.
Al día siguiente, se reunieron con abogados, prepararon los documentos y las pruebas, avanzando paso a paso hacia la justicia. Pero al enfrentarse a las personas con poder, Marta no podía evitar sentirse preocupada. Sabía que el sistema judicial no sería fácil de vencer, y que Fina no sería liberada sin dificultades. Las personas que estaban detrás de este caso seguramente usarían todos los recursos a su alcance para impedir que la verdad saliera a la luz.
¿Será suficiente la determinación de Marta para ayudar a Fina a escapar de las paredes de la prisión? ¿O se verán atrapadas una vez más en el torbellino de la injusticia? La respuesta aún era incierta, pero Marta estaba lista para luchar hasta el final, porque sabía que solo la justicia podría darle libertad a su amiga más cercana.