Después de escuchar que los Merino habían comprado los terrenos que él estaba preparando para adquirir, Jesús casi enloquece. Su rostro se puso rojo, apretó los puños con fuerza. La sensación de traición, de que le habían arrebatado la oportunidad, fue como una puñalada directa en su corazón. En su mente solo quedaba un pensamiento: venganza. Los parientes que antes consideraba como su propia sangre ahora se convertían en enemigos irreconciliables. Sin pensarlo mucho, Jesús declaró la guerra a la familia Merino. Comenzó a difundir rumores falsos sobre ellos, incitando a los habitantes del pueblo en su contra, e incluso contrató a personas problemáticas para causar disturbios. La lucha por el poder entre las dos familias se volvía cada vez más tensa, amenazando con destrozar la paz de toda la región.
Damián, el padre que siempre había amado y protegido a su hijo, ahora se sentía profundamente angustiado. No quería ver cómo su hijo se destruía a sí mismo ni que su familia sufriera daños innecesarios. Después de muchas noches de insomnio, Damián decidió hacer algo para poner fin a esta guerra. Buscó a Santiago, el líder de la familia Merino, y le hizo una oferta atractiva. Damián prometió pagar una gran suma de dinero si Santiago aceptaba retirar la demanda y se comprometía a no causar más problemas a su familia. Santiago, después de escuchar la propuesta de Damián, reflexionó en silencio. Sabía que esta guerra no beneficiaba a ninguna de las partes, solo traía más dolor a las familias involucradas. Finalmente, Santiago aceptó las condiciones de Damián, pero con una exigencia: la relación entre ambas familias debía terminar por completo.
Jesús se enfureció al conocer la decisión de su padre. Creía que su padre lo había traicionado, que había vendido el honor de la familia. Sin embargo, bajo la presión de su padre y la realidad de la situación, Jesús se vio obligado a aceptarlo. Damián suspiró aliviado cuando la guerra llegó a su fin. Había protegido a su familia y su empresa, pero el precio que pagó fue muy alto. La relación entre él y su hijo se había fracturado profundamente, y la familia ahora estaba llena de silencio y distancia. Damián se dio cuenta de que, en esta guerra, el mayor perdedor era él.