Joaquín se despertó con un nudo en la garganta. La pesadilla recurrente lo había vuelto a visitar: Miriam, sus ojos llenos de culpa y deseo, y Gema, con su mirada de desconfianza. Se levantó de la cama y se dirigió a la ventana, buscando en el amanecer una señal de esperanza. El día en la oficina fue una tortura. Cada sonido, cada movimiento lo recordaba a la mujer que había traicionado. Intentó concentrarse en su trabajo, pero sus pensamientos se desviaban constantemente hacia Miriam y Gema, atrapado en un triángulo amoroso que lo desgarraba por dentro. Al final de la jornada, Joaquín se encontró con Miriam en el estacionamiento. —Tenemos que hablar, Miriam —dijo con voz temblorosa.
Ella asintió, sus ojos llenos de tristeza. Se alejaron del edificio y caminaron en silencio hasta encontrar un banco apartado. —No puedo seguir así, Miriam. Te quiero, pero también quiero a Gema. Miriam tomó su mano. —Lo sé, Joaquín. Y yo te quiero a ti. Pero esto no puede continuar. Joaquín asintió con la cabeza. Sabía que tenía razón. Esa noche, cuando llegó a casa, se armó de valor y le contó todo a Gema. —Te he sido infiel, Gema. Lo siento mucho. Gema lo miró fijamente, sus ojos llenos de dolor. —¿Cómo pudiste hacerme esto? Joaquín no supo qué responder. Se sintió pequeño, insignificante. Los días que siguieron fueron los más difíciles de su vida. Gema necesitaba tiempo para procesar lo sucedido. Joaquín, por su parte, se sumergió en el trabajo, tratando de olvidar sus errores.
Un día, Miriam lo llamó. —Quiero verte, Joaquín. Por última vez. Joaquín sabía que tenía que hacerlo. Se despidieron en el mismo lugar donde se habían confesado su amor. Fue un momento lleno de dolor y nostalgia. Al regresar a casa, Joaquín encontró una nota de Gema sobre la mesa. Le decía que necesitaba más tiempo para pensar, pero que lo amaba. Joaquín se aferró a esas palabras como a un salvavidas. Se dio cuenta de que había perdido mucho, pero que aún tenía la oportunidad de recuperar a Gema. Los meses pasaron y poco a poco, la relación de Joaquín y Gema comenzó a sanar. Fue un proceso lento y doloroso, pero ambos estaban dispuestos a luchar por su amor. Joaquín aprendió que el perdón es un regalo invaluable y que la confianza se reconstruye con pequeños actos de amor y compromiso. Y aunque las cicatrices de su infidelidad nunca desaparecerían por completo, sabía que había encontrado una segunda oportunidad.