Marta estaba sentada junto a la ventana, con la luz dorada del atardecer iluminando su cabello suelto. Sus ojos miraban hacia el horizonte, cargados de una tristeza profunda. Desde que Fina fue liberada de la prisión, la relación entre ellas se había roto de una manera irremediable. Fina ya no era la hermana cálida que siempre se preocupaba por ella. En cambio, se había vuelto distante, fría y llena de obsesiones. Esa noche, Marta no pudo soportar más el dolor en su corazón. Buscó a tía Digna, la mujer en la que siempre había confiado y respetado. “Tía Digna, no sé qué hacer”, dijo Marta entre sollozos, “he intentado acercarme a Fina, pero ella me aleja. No quiero verla así, pero tampoco puedo soportar ser la causa de que todo empeore.”
Digna permaneció en silencio por un momento, sus ojos reflejaban comprensión. Con suavidad, puso su mano sobre el hombro de Marta. “¿Crees que alejarte de ella resolverá el problema? Fina necesita tiempo, y lo único que puedes hacer es estar a su lado, incluso cuando ella no lo vea.” Las palabras de tía Digna fueron como un rayo de sol atravesando las nubes oscuras que envolvían el alma de Marta. Asintió con la cabeza, pero su corazón seguía pesado. ¿Sería posible llenar la distancia entre ellas o perdería para siempre a la hermana que más amaba? En otro rincón de la casa, Fina escuchaba en silencio las palabras de Marta. Su corazón le dolía, y los recuerdos del pasado regresaban a su mente. Extrañaba los días felices con su hermana, las risas compartidas. Pero la herida era demasiado profunda, el dolor demasiado grande para perdonarse a sí misma fácilmente.
Fina sabía que Marta había intentado mucho, pero no podía abrir su corazón. Temía que si se acercaba a Marta, volvería a hacerle daño. Quería protegerla, pero la apartaba aún más. Pasaron los días, y la relación entre las dos hermanas seguía tensa. Marta no dejaba de intentar, enviaba cartas, regalaba cosas, pero Fina se mantenía distante. Marta comenzó a desesperarse, se preguntaba si aún quedaba alguna esperanza para sanar su relación. Un día, una tormenta repentina descargó su lluvia. Marta estaba sola en su habitación cuando escuchó un golpe en la puerta. Al abrirla, vio a Fina de pie, empapada. Fina entró, se sentó junto a Marta, sin decir palabra.
Marta miró a Fina, su corazón lleno de esperanza. Sabía que esa era la última oportunidad para que las dos pudieran hablar. Marta tomó la mano de Fina y, suavemente, dijo: “Fina, sé que estás sufriendo. Yo también. Pero no quiero perderte. Dame una oportunidad para que podamos comenzar de nuevo.” Fina miró a los ojos de Marta, las lágrimas caían por su rostro. Por primera vez después de mucho tiempo, sintió el cálido amor de su hermana. La abrazó con fuerza, entre sollozos, y dijo: “Perdóname, Marta. Te he hecho mucho daño.”