Don Pedro entró en la oficina de Andrés con pasos pesados, sus ojos fríos y llenos de ira. Su mirada parecía quemar todo a su alrededor. “Todo esto se podría haber evitado”, comenzó, con una voz severa que resonó en el silencio de la oficina. Andrés se quedó en silencio, aunque sabía bien su error, intentó mantener la calma, no quería que sus emociones lo traicionaran. “Señor, hice todo lo posible para resolver el problema,” Andrés habló, pero su voz temblaba con preocupación. “Pero en ese momento, Felipe estaba a cargo del mantenimiento y…” “¿Felipe?” Don Pedro rugió, su voz cortante como un cuchillo. “¿Te atreves a mencionar a ese hombre? ¡Te advertí sobre él! ¿Por qué no lo despediste cuando tuviste la oportunidad?”
Andrés bajó la cabeza, sin atreverse a mirar a los ojos de Don Pedro. Su pecho se apretó, sintiendo la culpa en cada respiración. “Pensé que podría corregir el error de Felipe,” dijo, su voz vacilante. “Nunca imaginé que las cosas fueran a salir tan mal…” “¡Basta ya!” Don Pedro gritó, sus palabras como gritos de dolor. “¿Corregir? ¡Pusiste a mi hijo en peligro! Mateo estaba conduciendo ese camión por tu culpa. El camión no estaba reparado, ¡y tú lo sabías!”
Las palabras de Don Pedro golpearon a Andrés como un martillazo. Las lágrimas comenzaron a formarse en sus ojos, pero Don Pedro no se detuvo, continuó hablando con más furia. “Le diste a Felipe una segunda oportunidad. Pero, ¿pensaste en Mateo? Ahora, mi hijo ya no tendrá una segunda oportunidad. Ha perdido todo.” Andrés se quedó inmóvil, sin saber qué decir. Las palabras de Don Pedro le destrozaron el corazón. Mateo, el hijo de él, había perdido todo debido a una decisión equivocada de Andrés. El silencio en la habitación se volvió pesado, como si el aire se hubiera vuelto espeso.
Andrés salió en silencio de la oficina, cada paso sintiendo el peso de la culpa sobre sus hombros. El remordimiento y el arrepentimiento lo envolvían, y no había palabras suficientes para consolarlo, ni forma de corregir los errores cometidos. Mientras tanto, Don Pedro permaneció allí, su corazón destrozado por una pérdida que nada podría reparar. El precio que Andrés tuvo que pagar por su negligencia era demasiado grande, y lo seguiría a él y a su familia por el resto de sus vidas.