Después de que Julia venciera a la enfermedad, la vida de la familia volvió a la normalidad, pero para Jesús, eso solo era una parte del largo camino que tenía por delante. Al ver la salud y las sonrisas de su hija, se decía a sí mismo que todo se había reparado, pero la preocupación en su corazón seguía sin calmarse. Sabía que, aunque Julia estaba bien, le esperaba un desafío mucho mayor: ¿sería Begoña capaz de perdonarlo por los errores que había cometido? ¿Podría su relación sanar o ya era demasiado tarde?
Jesús no podía vivir con esa incertidumbre, así que decidió intentarlo una vez más. No podía aceptar vivir sin Begoña, y sabía que si ella no estaba a su lado, toda la felicidad que sentía por la recuperación de Julia sería en vano. Cada día trataba de acercarse a Begoña, aunque ella mantenía una distancia fría y en silencio. Intentaba decirle que estaba cambiando, que ya no era el hombre que ella había llegado a desilusionarse, pero cada vez que lo hacía, Begoña no respondía, solo se daba la vuelta en silencio, como si no quisiera enfrentarse a él.
Todo se complicaba aún más cuando Julia, con sus ojos inocentes, susurraba de vez en cuando a su madre que quería tener un hermano. Las palabras de la niña hacían que el corazón de Jesús se apretara. Sabía que Begoña también deseaba otro miembro en la familia, pero las heridas y la separación le impedían abrir su corazón. Esto llenaba a Jesús de más esperanza para un futuro feliz, donde su familia pudiera vivir nuevamente en armonía.
Sin embargo, Begoña aún no podía olvidar lo que había sucedido. Cada vez que miraba a los ojos de Jesús, los recuerdos de aquellos días dolorosos volvían, y la confianza que antes tenía en su amor se había roto. Sentía que no podía avanzar sin la certeza de que los errores de él no se repetirían. Aunque su corazón aún lo amaba, la razón no le permitía perdonar tan fácilmente. No sabía si podría empezar de nuevo o si este amor sería lo suficientemente fuerte para superar todas las viejas heridas.
Un día, mientras Julia dibujaba en el salón, rodeada de colores, Begoña y Jesús se encontraron frente a frente por casualidad. El ambiente estaba tranquilo, solo se escuchaba el sonido del lápiz sobre el papel. Jesús ya no podía guardar silencio, se acercó a Begoña, tomó suavemente su mano y dijo: “Sé que he errado, pero estoy dispuesto a hacer todo lo necesario para empezar de nuevo. No puedo vivir sin ti, sin esta familia. Dame una oportunidad para demostrar que realmente he cambiado.”
Begoña miró a sus ojos, sintiendo la sinceridad en sus palabras. Por primera vez en mucho tiempo, sintió una pequeña chispa en su corazón. Pero no podía tomar una decisión apresurada. Necesitaba tiempo para reflexionar, para decidir por sí misma si podía abrir su corazón y perdonar.
Finalmente, Begoña respondió suavemente: “No sé si puedo olvidar todo lo que ha pasado, pero te daré tiempo. Vamos a intentarlo, pero si quieres que volvamos a ser una familia, tendrás que demostrarme que realmente has cambiado.” Ese día, Jesús no pudo contener sus emociones. Sabía que esto solo era un pequeño paso, pero era la esperanza que necesitaba para seguir adelante. La familia comenzó un nuevo capítulo, lleno de esperanza y desafíos.