Don Pedro entró en la oficina de Damián, sus ojos brillando con dolor y rabia. Cada paso que daba parecía arrastrar una tormenta feroz. Se detuvo frente al escritorio de Damián, apretando los puños, los labios tensos llenos de furia. “Quiero que Andrés pague por esto. ¡No merece estar en ese puesto!” gritó Don Pedro, su voz resonando en el silencio de la oficina. Damián escuchó en silencio, sin apartar la mirada de Don Pedro, tratando de mantener la calma. Sabía el dolor que el padre estaba atravesando, pero también comprendía que la situación de la empresa no podía verse afectada más por rabias ciegas. Cuando Don Pedro se fue, Damián llamó a Andrés a su oficina para hablar. “Hijo,” dijo Damián, su voz grave, diferente de su usual tranquilidad. “No puedo obligarte a renunciar, pero si no lo haces, Don Pedro nunca abandonará su deseo de venganza. Nuestra empresa también sufrirá las consecuencias.”
Andrés se sentó, sintiendo como si una roca pesara sobre su pecho. Miró por la ventana, donde nubes oscuras flotaban, como su propio estado de ánimo. “No quiero renunciar, padre. Pero, ¿realmente vale la pena mantener este trabajo si toda la familia será criticada?” Damián miró a su hijo, preocupado. “Tú debes decidir. Pero también debes pensar en lo que hemos construido. La empresa no puede mantenerse si no hay unidad.” Esa noche, después de una larga reflexión, Andrés decidió enfrentarse nuevamente a Don Pedro. Llegó a su casa en la madrugada, cuando el entorno ya estaba sumido en la quietud de la oscuridad. La puerta se abrió y Don Pedro apareció en la sombra, su mirada fría como una piedra firme. “Señor Pedro, sé que está dolido y enojado. Pero no creo que renunciar cambie el hecho de que Mateo no volverá,” dijo Andrés, esforzándose por mantener su voz firme.
Don Pedro entrecerró los ojos, la rabia sin poder disimularse. “¿Crees que eres inocente?” preguntó fríamente. Andrés no apartó la mirada, sus ojos decididos y sinceros. “No, no soy inocente. Pero tampoco soy completamente culpable. No voy a renunciar, porque creo que mi permanencia puede ayudar a la empresa a superar esta tormenta.” Un silencio largo se hizo entre ellos. Don Pedro miró a Andrés por un buen rato, como si quisiera atravesar la capa exterior de fortaleza que él mostraba. Pero al final, simplemente se dio la vuelta y se fue sin decir una palabra más. A la mañana siguiente, Damián recibió una llamada de Don Pedro. “No estoy de acuerdo con la decisión de Andrés, pero respeto la forma en que enfrentó el problema,” dijo, con su voz todavía marcada por la severidad. Damián sonrió levemente al colgar el teléfono. Andrés no solo había defendido su posición, sino que también había demostrado su coraje en los momentos más difíciles. Damián sabía que esta decisión traería estabilidad a la empresa, pero más que eso, demostraba que en los momentos más oscuros, el carácter y la determinación eran lo que realmente ayudaban a una persona a superar los desafíos.