En la casa de La Reina, el aire parecía haberse detenido, solo se oían las respiraciones pesadas y difíciles provenientes de la habitación oscura. Julia, una niña aún muy joven, yacía inmóvil en la cama. Su cuerpo delgado estaba cubierto por una manta ligera, y la luz tenue de la lámpara iluminaba su rostro pálido. La doctora Borrell estaba junto a la cama, sosteniendo el expediente médico con las manos apretadas, sus ojos reflejaban una profunda preocupación al observar el estado de Julia. “Su estado es muy grave,” susurró la doctora Borrell, su voz ronca, como si no quisiera decirlo, pero no podía ocultar la verdad. “Necesitamos un milagro.”
María, la cuidadora de Julia, se arrodilló junto a la cama, uniendo sus manos en una oración silenciosa. Miraba el rostro de Julia, cuyos ojos, aunque aún abiertos, parecían distantes de este mundo. Había conocido a Julia cuando era una niña llena de vida, pero ahora todo había cambiado. Las heridas de la vida, el dolor que había soportado durante tanto tiempo, la habían transformado en una sombra de lo que fue. “Ha soportado demasiado dolor,” susurró María entre sollozos. “Por favor, dale una oportunidad… aunque sea una pequeña oportunidad.” La doctora Borrell no dijo nada más. La habitación estaba en silencio, solo se oía el viento fuera, como si todos esperaran un milagro que no podían controlar. María levantó la vista, sus ojos fijos en Julia, con toda la esperanza que podía ofrecerle a la niña. Una lágrima rodó por su mejilla, cayendo sobre su mano, como si llevara consigo toda la tristeza y la débil esperanza. Sabía que nada podría salvar a Julia sin un milagro, pero no podía rendirse.
El tiempo pasó, minuto tras minuto, segundo tras segundo, como una prueba. Todos en la casa de La Reina se aferraban a la esperanza, a esas pequeñas chispas de luz en la oscuridad. Las oraciones llenaban la habitación silenciosa, los deseos de bendición de sus seres queridos, y la esperanza seguía ardiendo, aunque todo parecía llegar a su fin. Y entonces, un pequeño movimiento en la mano de Julia hizo que la habitación quedara en silencio. María contuvo la respiración, sus manos temblorosas tomaron la de Julia, llena de expectativas. Julia, aunque no había abierto los ojos, parecía haber sentido la presencia de quienes la amaban a su lado. Una oportunidad, aunque pequeña, pero suficiente para darle fuerza a los que quedaban, suficiente para mantener encendida una chispa de esperanza en medio de la oscuridad.