Fina estaba sentada en una silla en el patio, mirando las copas de los árboles del bosque que se mecían con el viento. El aire traía el aroma de tierra húmeda y hojas en descomposición, un perfume familiar que evocaba recuerdos de la infancia. Marta se acercó, algo indecisa.
“Fina, ¿quieres que me vaya?” Fina se giró, con una mirada que al principio parecía dura, pero que pronto se suavizó.
“No,” respondió con voz tranquila. “Quédate. No quiero estar sola más tiempo.” Juntas, emprendieron el camino hacia la casa en el bosque, ese lugar donde habían compartido recuerdos felices en el pasado. La pequeña cabaña, escondida entre los árboles centenarios, ahora lucía más vieja y descuidada. Pero para Fina y Marta seguía siendo un refugio lleno de recuerdos hermosos de un amor que una vez ardió con intensidad.
En la tranquilidad de la pequeña casa de madera, las heridas del corazón empezaron a sanar. Marta, consciente de que había lastimado a Fina en el pasado, estaba decidida a compensarlo. Se ofrecía a ayudar con las tareas de la casa, cocinaban juntas deliciosos platillos y compartían historias del pasado. Al principio, Fina mantenía cierta distancia, pero poco a poco empezó a sonreír con las bromas de Marta. Por las noches, se sentaban junto a la chimenea, tomando té caliente mientras observaban las llamas danzar. Marta hablaba de sus viajes, de los amigos que había hecho y de las experiencias vividas. Fina escuchaba, con los ojos brillando de curiosidad y alegría.
Un día, mientras limpiaban el desván, Fina encontró por casualidad un viejo diario. Era el diario de Marta, donde ella había escrito sus pensamientos y sentimientos sobre su relación con Fina. Fina leyó cada página, y las lágrimas rodaron por sus mejillas. Comprendió que Marta también había sufrido mucho. Después de leer el diario, Fina buscó a Marta. La abrazó con fuerza y le dijo: “Perdóname por haberte culpado.” Marta, con la voz entrecortada, respondió: “Yo también lo siento.” Desde entonces, la relación entre Fina y Marta se volvió más fuerte que nunca. Juntas reconstruyeron sus vidas, compartiendo alegrías y tristezas. La pequeña cabaña en el bosque no solo era su hogar, sino también el testigo del renacer de su amor.