Después del funeral de Mateo, Tasio buscó a Claudia, sabiendo que ella estaba sumida en el dolor de una pérdida insoportable. Claudia no tuvo el valor de asistir al funeral de Mateo, el hombre que amaba y con quien había soñado tener un hijo. Ambos se sentaron en silencio en la habitación, rodeados únicamente por la quietud y lágrimas que caían de manera silenciosa.
Claudia miró a Tasio y le dijo que él también tenía derecho a llorar, a liberar todas sus emociones, pero Tasio se negó con firmeza. Le respondió que debía ser fuerte por su familia, aunque en realidad el dolor era tan grande que no sabía cómo enfrentarlo. Tasio ocultaba sus verdaderos sentimientos, temiendo que, si lloraba, no sería capaz de levantarse nuevamente. Claudia entendió aquello, y aunque su propio corazón estaba roto, reconoció que cada persona tiene su manera de lidiar con el dolor. No presionó a Tasio para que llorara, pero permaneció a su lado, escuchándolo y compartiendo su tristeza.
Con el paso del tiempo, el dolor de Tasio y Claudia comenzó a apaciguarse. Aprendieron a convivir con la ausencia, encontraron pequeños momentos de alegría y atesoraron los recuerdos felices de Mateo. Sabían que Mateo viviría siempre en sus corazones y que, juntos, seguirían adelante apoyándose mutuamente y compartiendo amor en el camino de la vida.