Fina se había convertido en una sombra de sí misma. Desde su liberación de la prisión, donde había sido víctima de la violencia de Santiago, vivía encerrada en un mundo de silencio y dolor. Marta, su mejor amiga, intentaba con todas sus fuerzas romper esa barrera, pero Fina se negaba a abrirse. Un día, Marta tuvo una idea. La casita del bosque, donde habían pasado tantas horas felices de niñas, podría ser el lugar perfecto para que Fina comenzara a sanar. Con cuidado, preparó todo para la escapada. Pero al llegar, Fina se mostró reticente. El lugar que antes le provocaba alegría ahora le parecía extraño y hostil. A pesar de los esfuerzos de Marta, Fina seguía distante. Cada vez que su amiga intentaba abordar el tema de la prisión, Fina se retraía, sus ojos se llenaban de miedo y huía a otra habitación. Marta se sentía impotente. ¿Cómo podía ayudar a su amiga si esta se negaba a hablar?
Una noche, mientras estaban sentadas junto a la chimenea, Marta decidió ser directa. “Fina, no sé qué más puedo hacer para que seas la Fina de antes. Por favor, confía en mí”. Sus palabras resonaron en el silencio de la cabaña. Fina la miró fijamente, sus ojos llenos de dolor. Y entonces, como si una presa se hubiera roto, comenzó a hablar. “Si no llegan a aparecer los guardias, me hubiera violado…”, susurró Fina, su voz apenas audible. Las palabras resonaron en la habitación, llenándola de una tristeza infinita. Marta sintió como si el mundo se le viniera encima. No podía creer lo que estaba escuchando. Su amiga, a quien quería tanto, había vivido un infierno. Las lágrimas brotaron de los ojos de Marta. Abrazó a Fina con fuerza, sintiendo su cuerpo temblar. En ese momento, comprendió la profundidad del dolor de su amiga. La verdad, por fin, había salido a la luz, pero el camino hacia la sanación era largo y tortuoso.
Los días que siguieron fueron difíciles. Fina comenzó a tener pesadillas, a revivir el horror que había vivido. Marta estuvo a su lado en cada momento, ofreciéndole su apoyo incondicional. Juntas, buscaron ayuda profesional, y poco a poco, Fina comenzó a reconstruir su vida. La recuperación fue lenta y dolorosa, pero Fina nunca estuvo sola. Con el amor y la paciencia de Marta, y el apoyo de un terapeuta, logró superar el trauma y comenzar a vivir nuevamente. Aunque las cicatrices nunca desaparecerían por completo, Fina había encontrado la fuerza para seguir adelante. Y Marta, a pesar de todo el dolor que había experimentado, se sentía orgullosa de su amiga.