Claudia y Mateo regresaban de Toledo, sus corazones rebosando de emoción. Después de meses de planes, por fin habían encontrado el local perfecto para abrir la librería que ambos habían soñado. Era su futuro, una nueva vida juntos, y todo parecía perfecto. Pero el destino, cruel e imprevisto, les arrebató esa felicidad en un abrir y cerrar de ojos. Era una tarde soleada, y el coche avanzaba por la carretera sinuosa de vuelta a casa. Claudia miraba por la ventana, pensativa, mientras Mateo conducía con una sonrisa tranquila. De repente, todo cambió. Un sonido metálico se oyó, seguido de un estremecedor chirrido de frenos. Mateo intentó controlar el volante, pero la presión sobre los pedales era inútil. Los frenos no respondían. —¡Mateo, ten cuidado! —gritó Claudia, agarrándose al asiento con fuerza, mientras la furgoneta derrapaba fuera de control.
El coche se deslizó unos metros más, hasta que impactó brutalmente contra un árbol. El golpe fue tan fuerte que Claudia quedó inconsciente por unos segundos. Cuando despertó, la visión de su esposo pálido y desangrándose la hizo entrar en pánico. Intentó moverlo, sacudirlo, pero sus esfuerzos no lograban despertarlo. —Mateo… ¡Mateo! —gritaba, con la voz rota por el terror, mientras intentaba mantener la calma. Miró a su alrededor, buscando ayuda, pero la carretera estaba desierta. En medio del caos, se dio cuenta de que su marido estaba gravemente herido. Los recuerdos de los momentos felices que habían compartido juntos pasaron por su mente como una película. No podía perderlo. No podía imaginar su vida sin él. —Por favor… aguanta… no me dejes —suplicó entre lágrimas, acariciando su rostro. —No puedo vivir sin ti, Mateo. Por favor, aguanta, te lo ruego.
En ese instante, Claudia escuchó el sonido de un motor acercándose. Tasio, al enterarse de que Felipe no había terminado de reparar la furgoneta, había temido lo peor. Cuando vio el coche accidentado, su corazón se detuvo. Sin pensarlo, corrió hacia el vehículo. —¡Claudia! —exclamó al ver a su amiga de rodillas junto a Mateo. Su rostro se oscureció al ver el estado en el que estaba su amigo. —Voy a llamar a una ambulancia. ¡Aguanta, Mateo, aguanta! Tasio intentó hacer todo lo posible, pero la gravedad de las heridas de Mateo era evidente. El joven apenas podía respirar, su vida se desvanecía a cada segundo. Claudia, desesperada, abrazó a su marido, rogándole que no la dejara. —Te quiero, Claudia… —dijo Mateo con un susurro apenas audible, sus ojos llenos de amor y tristeza.
Las palabras fueron un suspiro, un adiós final. En sus últimos momentos, Mateo la miró con una expresión de paz, como si estuviera listo para dejar ir, sabiendo que Claudia lo seguiría llevando en su corazón. —Te quiero… —repitió una vez más, antes de cerrar los ojos para siempre. Claudia lo sostuvo en sus brazos, quebrada, como si el peso del mundo cayera sobre ella. Las lágrimas no dejaban de caer, pero en su corazón, una pequeña chispa de gratitud quedó: Mateo había luchado hasta el final por ella, y su amor siempre sería su fuerza, aunque ya no estuviera físicamente a su lado. Tasio, con el corazón hecho trizas, la abrazó, sabiendo que nada podría llenar el vacío que dejaba su amigo, pero también comprendiendo que Claudia necesitaría todo el apoyo que pudieran darle para atravesar el doloroso camino que se avecinaba.