Mateo regresó a casa lleno de rabia. Las palabras de su padre lo habían hecho perder toda confianza. Miró a su madre, una mujer fuerte que siempre había sacrificado todo por su familia, pero no se atrevió a contarle la verdad. Sin embargo, su mirada reflejaba un dolor profundo. Por su parte, Don Pedro fue a encontrarse con Digna para disculparse. No debí dejar que eso pasara, pero no puedo engañar a mis sentimientos. Digna, lamento si te he causado daño —dijo él con voz apenada.Digna sonrió con tristeza. Pedro, también siento algo por ti, pero no podemos seguir así. Nuestras familias no podrían soportar otro golpe —respondió ella.
Mientras tanto, Mateo investigaba en silencio para enfrentar la realidad. Habló con los amigos más cercanos de su padre, con los vecinos e incluso con los trabajadores de la hacienda de la familia Merino. A través de las historias que escuchaba, Mateo empezó a comprender el vínculo profundo entre su padre y Digna. Se dio cuenta de que el amor no siempre se trata de lo que está bien o mal, sino que es una emoción natural del ser humano. Una noche, Mateo decidió confrontar a su padre. Papá, he pensado mucho sobre esto. Sé que amas a la señora Digna. También entiendo que el amor no es algo que podamos controlar. Pero te pido que pienses en mamá y en nuestra familia —dijo con firmeza. Don Pedro escuchó a su hijo con el corazón desgarrado. Lo abrazó y le dijo: Hijo mío, sé que he cometido un error. Haré todo lo posible para arreglar las cosas.
Cuando Digna supo lo que había sucedido entre Don Pedro y su hijo, se sintió profundamente conmovida. Decidió no culpar a nadie. Solo deseaba que su familia encontrara paz. A partir de ese momento, la familia Merino comenzó un nuevo capítulo. Don Pedro y Digna conservaron una amistad sincera y respetuosa. Mateo, por su parte, aceptó poco a poco la verdad y logró seguir amando a ambos padres. Juntos, superaron las dificultades y construyeron una familia feliz.