En la habitación oscura, Doña Inés no pudo dormir durante toda la noche. Su mirada se dirigía hacia la vieja fotografía, donde su nuera Claudia sonreía radiante. Los recuerdos del pasado volvieron a ella, los errores que había cometido, las palabras crueles que habían herido profundamente a Claudia. Durante los últimos años, Doña Inés había vivido con remordimientos. Se dio cuenta de que el amor entre Claudia y Mateo era genuino, y que tratar de separarlos había sido un gran error. No había creído en el amor de su hijo y había dejado que su egoísmo nublara su juicio.
A la mañana siguiente, Doña Inés decidió enfrentar su pasado. Fue a buscar a Claudia, la nuera a quien había hecho mucho daño. Su corazón latía con fuerza al estar frente a la puerta de la casa de Claudia. Cuando Claudia abrió la puerta, su rostro aún mostraba las huellas de los días de sufrimiento. “Claudia, hija…” Doña Inés dijo entrecortada, sin saber por dónde empezar. Claudia la miró con una expresión complicada, pero sin mostrar odio. “Entra, madre.” En la acogedora habitación, Doña Inés confesó sinceramente todo. Habló sobre su egoísmo, sobre las palabras crueles que le había dicho a Claudia y sobre el profundo arrepentimiento que sentía.
Claudia escuchó, sus ojos se llenaron de lágrimas. Entendió que Doña Inés había cambiado. Aunque aún quedaban heridas, Claudia pudo sentir la sinceridad en las disculpas de su suegra. “Te perdono, madre.” Dijo Claudia con voz suave. “Sé que cometiste un error, pero también sé que te arrepientes.” El perdón de Claudia fue un regalo precioso para Doña Inés. Sintió una paz interior como nunca antes. Desde entonces, la relación entre suegra y nuera comenzó a mejorar. Doña Inés se involucró más en la vida de Claudia y Mateo, ayudándolos a cuidar de su querido nieto.