Don Pedro, el hombre que alguna vez fue el pilar de su familia, ahora se ha desplomado ante un impacto inimaginable. La noticia de la muerte de su hijo, Mateo, en un accidente de tráfico mientras iba con Claudia, fue como un rayo que golpeó directamente su alma. Damián, el amigo cercano de Don Pedro y quien tuvo la difícil tarea de dar la terrible noticia, se quedó a su lado con una tristeza indescriptible. “Lo siento mucho, Don Pedro… Mateo…” Damián no pudo decir más, solo pudo consolar silenciosamente a su viejo amigo. Don Pedro no podía creer lo que acababa de escuchar, sus ojos estaban rojos, sus manos temblaban mientras trataba de comprender la realidad. “No… No es posible…” susurró, sus piernas cedieron y se desplomó sin fuerzas para mantenerse en pie.
Mientras tanto, Tasio no pudo contener su ira al estar frente a Andrés. Le reprochó por la negligencia de Felipe, quien no había revisado bien la furgoneta antes de salir a la carretera. “Si Felipe hubiera hecho su trabajo, Mateo seguiría aquí,” Tasio gritó, con la mirada llena de indignación. Andrés, pálido por el shock, solo pudo guardar silencio, incapaz de defenderse. Por otro lado, Joaquín, el joven que siempre se encontraba atrapado en sus propios conflictos, nuevamente se sintió perdido. Amaba a Gema, pero su corazón también pertenecía a Miriam. Aunque intentó esconderlo, finalmente, en una conversación con Luis, Joaquín tomó una decisión dolorosa. “No puedo quedarme con las dos,” suspiró, apoyándose contra la pared cercana. “Miriam, ella no merece esto.” Cuando vio a Miriam, su mirada estaba llena de arrepentimiento, y sus palabras fueron como una puñalada: “Miriam, tenemos que terminar.”
Miriam, sin poder prepararse, quedó sorprendida y dolida. Giró su rostro, incapaz de creer que alguien a quien amaba pudiera alejarse tan fácilmente. Las lágrimas recorrían su rostro, y su corazón se rompía en el silencio. Mientras tanto, en la casa de Julia, su salud seguía empeorando. Begoña y Jesús no podían dejar de preocuparse al ver a la niña en la cama con fiebre alta. “Tenemos que hacer algo… si no, perderemos a Julia,” dijo Begoña con voz llena de desesperación. Jesús le sostuvo la mano, con los ojos llenos de una profunda ansiedad. “No podemos dejar que se vaya, no podemos…” De cualquier manera, juntos buscaron una solución, pero la fiebre de Julia parecía no ceder. Con cada momento que pasaba, sentían con más claridad la fragilidad de la esperanza.