Begoña entró en la habitación, su mirada como flechas afiladas que se clavaban directamente en Andrés. Se quedó allí, todo su cuerpo temblando, pero en sus ojos ardía una llama de furia. Ella lo sabía todo. La imagen de Andrés y María abrazados en la oscuridad la perseguía como una pesadilla interminable. “¡Explícame, Andrés!” La voz de Begoña temblaba, pero era firme y decidida. Miró directamente a los ojos de él, esperando una respuesta. Andrés bajó la cabeza, el arrepentimiento claramente visible en su rostro. Intentó encontrar palabras para justificar su acción, pero no pudo decir nada. El silencio envolvía la habitación, pesado y asfixiante.
“Pensé que estábamos construyendo un futuro juntos, ¿y ahora lo arruinas todo por un momento de debilidad con María? ¿Sabes cuánto me siento traicionada?” Begoña dijo dolorosamente, cada palabra como un puñal clavándose en el corazón de Andrés. Andrés bajó la cabeza, sin atreverse a mirar a los ojos de Begoña. Sabía que había cometido un gran error, un error que podría destruir todo lo que habían construido. “Begoña, lo siento. Yo… no sé qué decir para que me entiendas. Pero nunca dejé de amarte.” La respuesta de Andrés fue como sal en una herida para Begoña. Ella había creído en su amor, pero ahora esa creencia se había roto. Giró sobre sus talones y se fue, dejando a Andrés solo en la habitación vacía.
Los días siguientes, Andrés vivió con remordimientos y arrepentimiento. Intentó encontrar la manera de sanar la relación con Begoña, pero ella se mantenía fría y distante. Begoña necesitaba tiempo para superar el dolor, para olvidar lo que había sucedido. Mientras tanto, María tampoco estaba bien. Se sentía culpable con Begoña y conflictuada con Andrés. Sabía que había destruido un amor hermoso. Una noche, Andrés fue a buscar a María. Quería pedirle perdón y explicarle todo. Pero María decidió cortar todo vínculo con él. No quería ser la tercera persona que destruyera la felicidad de los demás. Andrés se dio cuenta de que había perdido todo. Había perdido el amor de Begoña y el respeto de María. Sabía que, para obtener el perdón, debía cambiar y demostrarle a Begoña que era digno de su amor