La mirada de Digna seguía fijada en los labios cálidos de Don Pedro. Sentía su corazón acelerado, pero su razón le recordaba constantemente las ataduras que la retenían. Digna era el pilar de la familia Merino, la que sostenía todas las responsabilidades. Una relación que cruzara los límites podría sumir a su familia en el caos. Don Pedro, después del beso furtivo, sintió como si se hubiera quitado un peso de encima. Su corazón volvía a latir con fuerza, como en su juventud. Sin embargo, esa alegría se desvaneció rápidamente ante el rechazo de Digna. Intentó por todos los medios calmar el dolor que veía en los ojos de ella, pero Digna, firme, mantenía la distancia.
Una noche, mientras ambos cuidaban juntos el jardín de flores, Don Pedro decidió confesarle todos sus sentimientos. Le habló de los momentos hermosos que habían compartido, de la admiración que sentía por su fortaleza y dulzura. Digna escuchó en silencio, y su corazón volvió a estremecerse. Sabía que los sentimientos de Don Pedro eran sinceros, pero su razón le impedía corresponderlos.En ese instante, Carlos, el hijo mayor de Digna, apareció de improviso. Vio a su madre y a Don Pedro de pie, muy cerca, intercambiando miradas llenas de ternura. Carlos sintió que algo estaba ocurriendo. Se preocupó por su madre y no quería que ella sufriera más.
Carlos buscó a Don Pedro y le dijo que no era digno de su madre. Don Pedro quedó impactado por las palabras del joven. Intentó explicarse, pero Carlos no quiso escuchar. Estaba convencido de que Don Pedro solo pretendía aprovecharse de los sentimientos de su madre. El enfrentamiento entre Don Pedro y Carlos tensó aún más la relación entre ellos. Digna se sentía atrapada entre dos fuegos. No quería herir a ninguno, pero tampoco estaba dispuesta a renunciar a su propia felicidad.