Andrés estaba frente a la puerta de la casa de Begoña, con las manos apretando fuertemente la bolsa, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Tocó suavemente la puerta, los golpes resonaron en el aire silencioso, como una llamada que no podía detenerse. Cuando la puerta se abrió, Begoña estaba allí, su cabello deshecho, los ojos enrojecidos y la cara demacrada por las noches sin dormir. La miró durante un largo rato, luego permaneció en silencio. No era necesario decir más, el dolor en sus ojos era suficiente para que él lo entendiera. Begoña, no puedo soportar que estemos separados, dijo Andrés, su voz baja y rasposa, como si cada palabra que pronunciara tocara la desesperación más profunda en su corazón. ¿Y qué pasa con Julia? ¿No ves lo que le estamos haciendo? preguntó Begoña, apretando el marco de la puerta, como si temiera que, al soltarlo, lo perdería todo. Ella no puede entender si no se lo explicas. Begoña, podemos explicarlo. Muéstrale que nuestro amor no es un pecado, suplicó Andrés, dando un paso más hacia ella, pero Begoña retrocedió. He intentado explicarlo, dijo Begoña, con la voz temblorosa, las lágrimas corriendo por sus mejillas. —Pero Julia se siente traicionada. Ella cree que hemos puesto nuestro amor por encima de los lazos familiares. Y no puedo soportar ver cómo se aleja de mí cada día más.
Andrés la miró en silencio, sin decir nada, solo observando el dolor de la mujer que amaba. Ella siempre intentaba mantener la calma, pero ahora, esas emociones habían desbordado, sin poder ser ocultadas. ¿Y qué vas a hacer? ¿Renunciar a nosotros? preguntó Andrés, su voz quebrada, cada palabra como una puñalada directa a su corazón. Begoña giró la cabeza, sin atreverse a mirarlo, pero su corazón estaba destrozado, como si una parte de ella se estuviera rompiendo. Hay cosas más importantes que la felicidad personal, Andrés. No puedo poner mi corazón por encima del dolor de Julia. La puerta se cerró entre ellos como un punto final a la esperanza. Andrés permaneció allí, inmóvil, sus ojos siguiendo la figura de Begoña desvaneciéndose tras la puerta, el vacío invadiendo cada rincón de su mente. No sabía qué hacer a continuación.
En los días siguientes, Andrés no dejó de pensar en Begoña, en Julia, en el sufrimiento que estaban atravesando. No podía aceptar que él y Begoña no pudieran estar juntos, pero tampoco podía abandonar a Julia. Decidió escribirle una carta a la niña, con la esperanza de que unas palabras sinceras pudieran aliviar en parte la tristeza en su corazón. La carta que escribió era larga, llena de pensamientos y sentimientos hacia Begoña y Julia, esperando que la niña comprendiera que su amor por Begoña era real, y que siempre amaría a ambas. Pero cuando Julia recibió la carta, la miró por un momento y luego la rasgó en pedazos, los trozos de papel cayeron al suelo como gotas de lágrimas que no podían ser detenidas. La decepción llenó el corazón de Andrés, sabía que había fracasado.
Cuando Begoña se encontró con él, solo lo miró con cautela. —Julia no está lista. Tienes que darle tiempo, dijo, esas palabras eran un recordatorio doloroso de que no todo podía resolverse de inmediato. Andrés asintió con la cabeza, pero en sus ojos había una desesperación profunda. Sabía que, aunque pasara el tiempo, quizás nunca sería suficiente para sanar las heridas que Julia había sufrido. Y tal vez, él y Begoña tendrían que aceptar que su amor nunca podría convertirse en una historia completa, al menos no a los ojos de Julia.