En la pequeña habitación, solo se escuchaba el tic-tac del reloj y la respiración ligera de dos personas. Tasio estaba sentado junto a Claudia, con la mirada perdida en un punto indeterminado. Ambos llevaban en el alma un dolor inmenso, un dolor que las palabras no podían describir. Claudia, con los ojos enrojecidos, trataba de encontrar consuelo en los brazos de Tasio. Rozó suavemente su mano, cuyos dedos estaban fríos y temblorosos. —Tasio, sé que estás sufriendo mucho. Yo también. Vamos a superar juntos este momento tan difícil, ¿sí? —dijo Claudia con una voz temblorosa, pero cargada de calidez.
Tasio asintió, pero no dijo nada. Abrazó a Claudia con fuerza, intentando transmitirle algo de su fortaleza. Dentro de él, el dolor rugía como una tormenta, pero se esforzaba por contenerlo. No quería que Claudia cargara con más peso, no quería preocuparla. Deseaba ser un pilar firme para ella, aunque él mismo estuviera ahogándose en su propia agonía. —Sé que estás sufriendo mucho, Claudia —habló finalmente Tasio, con la voz ronca—. Pero tienes que ser fuerte. Por ti, por nosotros. Claudia lo miró a los ojos y vio un dolor profundo oculto tras su fachada de fortaleza. Comprendió que él estaba esforzándose por aparentar ser fuerte para protegerla, pero también sabía que él necesitaba compartir su carga. —No tienes que ser fuerte tú solo, Tasio —dijo Claudia con suavidad—. Yo siempre estaré a tu lado.
En ese instante, ambos comprendieron que estaban compartiendo un dolor demasiado grande. Sabían que no podían borrar el pasado, pero que juntos podrían seguir adelante por el camino que tenían frente a ellos. En los días que siguieron, Tasio y Claudia enfrentaron las dificultades juntos. Aprendieron a aceptar la pérdida, encontraron consuelo en el amor que compartían y empezaron a construir un nuevo futuro. Aunque el dolor seguía presente, ya no era algo que los derrotara. Habían aprendido que, incluso en los momentos más oscuros, el amor podía traer una luz de esperanza.