En el majestuoso ambiente de la fiesta, la Marquesa Cruz de Luján sintió un viento helado que le caló hasta los huesos. Sus ojos recorrían la multitud, buscando una figura familiar. Y entonces, su corazón dio un vuelco al cruzarse con una mirada fugaz, una sonrisa tenue: Leocadia de Figueroa. La mujer que creía que se había ido para siempre, ahora aparecía entre la gente, como un fantasma que la perseguía.
El miedo se apoderó de Cruz. Leocadia era un recordatorio viviente de un oscuro secreto del pasado, un secreto que había intentado enterrar durante tantos años. Cruz buscó a Petra, su leal ama de llaves, que había estado a su lado por mucho tiempo. Petra, con una expresión preocupada, reveló que había oído rumores sobre la desaparición misteriosa de Leocadia. Se decía que Leocadia nunca había muerto, sino que fingió su muerte para escapar de una vida llena de sufrimiento.
Mientras tanto, Rómulo, el frío administrador de la casa Luján, evitaba todas las preguntas de Cruz. Cuando finalmente se vio obligado a hablar, admitió que había recibido órdenes de matar a Leocadia. Sin embargo, insistió en que no pudo cumplir la misión y no sabía dónde estaba Leocadia en ese momento. La aparición de Leocadia sacudió la casa Luján. Los secretos comenzaron a salir a la luz, las relaciones complejas fueron reveladas. Cruz comenzó a sospechar de todos a su alrededor. ¿Alguien más sabía la verdad? ¿Estaba alguien conspirando para hacerle daño? Mientras tanto, Leocadia comenzó a realizar acciones misteriosas. Aparecía y desaparecía repentinamente, dejando pistas incomprensibles. Parecía estar buscando algo, algo relacionado con su pasado y con la familia Luján.