Las palabras de Rómulo resonaban en la mente de Ricardo como un eco persistente. El viejo mayordomo, con su sabiduría y su pragmatismo, había logrado tocar una fibra sensible en él. La imagen de Pía, luchando con valentía contra los fantasmas de su pasado, lo conmovía profundamente. Ricardo se paseaba por los jardines de la mansión, perdido en sus pensamientos. Recordaba los momentos felices que había compartido con Pía, antes de que la sombra de Gregorio se interpusiera entre ellos. ¿Cómo había podido ser tan ciego? ¿Cómo había dejado que el orgullo lo cegara hasta el punto de perder a la mujer que amaba?
Pía, por su parte, se sentía cada vez más débil. La ausencia de Ricardo era como una herida abierta que no terminaba de cicatrizar. Sus amigas, Jana y María, no la dejaban sola. La animaban a seguir luchando por su amor, a no rendirse. “Ricardo te ama, Pía,” le decía Jana. “Solo necesita un poco de tiempo para darse cuenta de lo que está perdiendo.” Un día, impulsada por la esperanza, Pía decidió buscar a Ricardo. Lo encontró en el estudio, sumergido en viejos documentos. Con el corazón en la mano, le expresó sus sentimientos. Le dijo que lo amaba y que estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para que volvieran a estar juntos.
Ricardo la escuchó en silencio, sus ojos llenos de emociones contradictorias. Por un lado, sentía un profundo deseo de volver a tenerla en sus brazos. Por otro lado, el orgullo y el miedo al rechazo lo paralizaban. Finalmente, tomó una decisión. Se acercó a Pía y la abrazó con fuerza. “Te amo, Pía,” susurró. “Siempre te he amado. A partir de ese momento, Ricardo y Pía comenzaron a reconstruir su relación. No fue fácil. Las heridas del pasado tardaron en sanar, pero con paciencia y amor, lograron superar todos los obstáculos.
Dieguito, al ver a sus padres juntos y felices, también comenzó a sanar. La sombra de Gregorio se desvaneció poco a poco, dejando paso a la luz del amor y la esperanza. La historia de Ricardo y Pía es una historia de redención, de perdón y de segundo oportunidades. Demuestra que, incluso en los momentos más oscuros, siempre hay una posibilidad de encontrar la felicidad.