Catalina estaba sentada sola en la habitación, su mirada vacía fija en la ventana. La habitación que antes le resultaba familiar ahora se sentía extrañamente vacía y fría. El dolor seguía latiendo en su pecho, la herida profunda causada por el golpe de ser abandonada por Pelayo en el altar. No podía olvidar ese momento, cuando todos los ojos estaban puestos en ella, llenos de buenos deseos, pero Pelayo decidió darle la espalda y marcharse.
Mientras Catalina se hundía en su dolor, Adriano apareció inesperadamente en La Promesa. Su llegada fue como un viento fresco, derribando todos los pensamientos de Catalina. Él había descubierto la verdad: Catalina estaba esperando su hijo. Después de meses de separación, Adriano había cambiado mucho. Se mostraba arrepentido por los errores del pasado y quería enmendar las cosas. Le propuso quedarse a su lado y criar al bebé juntos.
Catalina estaba completamente confundida. Por un lado, todavía amaba profundamente a Adriano. Recordaba los momentos felices junto a él, las dulces promesas que se habían hecho. Por otro lado, su orgullo había sido gravemente herido. No podía olvidar cómo él la había tratado. Catalina se encontraba en una lucha interna entre el amor y su dignidad.