Catalina estaba sentada junto a la ventana, observando el paisaje de La Promesa bajo la luz del atardecer. La sensación de inquietud seguía envolviéndola desde que Leocadia de Figueroa había aparecido. Esa mujer, con su mirada profunda y su aspecto misterioso, había traído consigo una brisa extraña a la vida tranquila de Catalina.
Leocadia, con su porte elegante y distinguido, rápidamente atrajo la atención de todos en La Promesa. A través de las historias que compartía, Catalina comenzó a descubrir una verdad inesperada: Leocadia había sido amiga íntima de su madre, y juntas vivieron los años de juventud llenos de pasión en esta misma casa. Sabía mucho sobre la familia Marqués, secretos que nunca nadie había revelado.
La presencia de Leocadia también hizo que Cruz se comportara de manera extraña. El viejo mayordomo, que siempre había mantenido una actitud fría y reservada, de repente se volvió tenso y preocupado. Su mirada siempre estaba dirigida hacia Leocadia, llena de un temor inexplicable. Catalina notó esta extraña reacción y decidió investigar más a fondo la relación entre Leocadia y Cruz.
Catalina comenzó a buscar pistas sobre el pasado de su familia. Registró la biblioteca, buscando cartas antiguas y diarios amarillentos. A través de estos, empezó a descubrir secretos sorprendentes sobre la familia Marqués. Resultó que el pasado de su familia no era tan simple como había pensado. Había oscuros secretos, luchas de poder y enemistades persistentes.
Catalina se dio cuenta de que Leocadia tenía la llave para desvelar estos misterios. Decidió colaborar con ella para descubrir la verdad. Juntas comenzaron a explorar los rincones ocultos de La Promesa, buscando pruebas enterradas. Cuanto más profundizaba en la investigación, más miedo y ansiedad sentía Catalina. No sabía qué iba a descubrir, ni si la verdad tendría suficiente poder para cambiar su vida.