María Fernández estaba parada frente a la ventana, mirando hacia afuera a través de la cortina delgada, la luz tenue de la lámpara en la habitación no era suficiente para ahuyentar la oscuridad del exterior. Aunque la noche ya había caído, en su corazón seguía inquieta. Después de tanto preocuparse, finalmente sentía un poco de alivio, sabiendo que su trabajo no se había visto afectado. Pero surgió otra preocupación. El plan que ella y el padre Samuel habían estado llevando a cabo estaba en una etapa crítica. Habían abierto una sopa secreta en el pueblo, donde los pobres podían venir a recibir comida sin temor a ser descubiertos.

Cada noche, preparaban en secreto tazones de sopa caliente, entregándolos a quienes más lo necesitaban, sin que nadie los viera. María y el padre Samuel sabían que esto era peligroso, que podían ser descubiertos y enfrentar castigos severos. Pero en sus corazones, no había otra opción que ayudar a los que sufrían.

Esa noche, la lluvia caía con fuerza y el viento soplaba por las calles desiertas. María estaba en la cocina, sirviendo las sopas llenas, preparándose para su salida. No sabía si alguien vendría esa noche, pero su corazón seguía lleno de esperanza. Cada vez que veía las sonrisas agradecidas de la gente, se sentía renovada.

Cuando salió de su casa, la oscuridad afuera la envolvía, como si todo estuviera siendo engullido por las sombras. Caminó por los callejones estrechos, donde nadie se atrevía a entrar durante el día, llevando las sopas calientes, sus pasos ligeros y silenciosos. Pero esa noche, algo no estaba bien.

Al acercarse a la zona secreta, donde los pobres solían reunirse, de repente apareció una figura desde las sombras. María se sobresaltó, su corazón se detuvo por un momento. Cruz, quien siempre representaba el poder y el control, estaba frente a ella.

Cruz, con su expresión fría y mirada penetrante, no mostró sorpresa. La observó de arriba abajo, luego habló con tono sospechoso:

– “¿Qué está haciendo, María? He oído que alguien está repartiendo comida a los pobres del pueblo, pero no veo que haya reportado nada sobre esto. ¿Puede explicarlo?”

María trató de mantenerse calmada, sin dejar que su miedo se notara. Respiró profundamente, forzando una sonrisa, y respondió:

– “Mi trabajo no ha cambiado, señor Cruz. Solo estoy ayudando a quienes lo necesitan. Nuestro pueblo ha estado mucho tiempo sin que nadie cuide a los más necesitados. Solo hago lo que mi conciencia me dicta.”

Cruz no dijo nada más, permaneció en silencio observándola, sus ojos como si atravesaran cada palabra que decía. Pasó un largo momento antes de que, finalmente, se riera con desdén y hablara con un tono amenazante:

– “Eres muy bondadosa, María. Pero no olvides, la bondad también puede traer riesgos. No querrás meterte en problemas innecesarios, ¿verdad?”

Después de decir esto, Cruz se dio la vuelta y se adentró en las sombras, dejando el ambiente en silencio, pero con una atmósfera densa y opresiva. María permaneció allí, sin atreverse a respirar con fuerza. No sabía si Cruz ya sabía todo, pero sentía que una daga afilada colgaba sobre ella, y que cualquier movimiento en falso podría hacer que todo se desplomara.

Esa noche, al regresar a casa, María no pudo deshacerse de la sensación de estar siendo observada, la sombra de Cruz seguía acechando en su mente. ¿Podría mantener este secreto, o sería arrastrada a un juego peligroso que no podría controlar? No sabía la respuesta, pero una cosa era cierta: su vida había cambiado para siempre.