Alonso estaba allí, con las manos apretadas, su mirada parecía arder. La ira se encendía en él, quemando toda su razón. “Catalina, ¿entiendes? No podemos dejar que esto pase así. ¡Pelayo tiene que pagar por lo que ha hecho!” Catalina, con los ojos rojos, intentaba detenerlo. “Alonso, sé que estás sufriendo mucho, pero por favor, cálmate. Dejemos que las cosas se calmen.” Su voz temblaba, pero trataba de mantenerse firme. ¿Cálmarme? ¿Qué quieres que haga, Catalina? ¿Quedarnos en silencio mientras él sigue viviendo su vida tranquilamente mientras tú y mamá sufrís este dolor?” Alonso gritó, cada palabra como una daga clavándose en el corazón de Catalina.
Catalina entendía el dolor de su hermano, pero temía que si Alonso actuaba impulsivamente, todo se complicaría aún más. No quería que él enfrentara peligros innecesarios. “Alonso, escúchame. Podemos encontrar otra manera de resolver esto. Podemos recurrir a la ley.” Alonso negó con la cabeza. “¿La ley? ¿Crees que nos traerá justicia? No, hermana, la ley solo sirve para los ricos y poderosos. Tenemos que hacerlo por nuestra cuenta.” Catalina trató de detenerlo, pero Alonso ya estaba decidido. Salió de la habitación, dejando a Catalina sola con su dolor y preocupación.
En los días siguientes, Catalina vivió con miedo. No sabía qué estaba planeando Alonso, pero sentía que una tormenta se avecinaba. Intentó ponerse en contacto con él, pero Alonso no respondía. Catalina sabía que tenía que hacer algo para detenerlo. Con la ayuda de un amigo cercano, Catalina se dirigió a un abogado. Quería que el abogado la ayudara a encontrar pruebas para acusar a Pelayo. Creía que, de esta manera, podría ayudar a su hermano a conseguir justicia sin poner su vida en riesgo.Mientras tanto, Alonso había encontrado algunas pruebas relacionadas con el delito de Pelayo. Decidió que sería él quien se encargara del asunto. Sin embargo, mientras ejecutaba su plan, Alonso fue descubierto. Se desató una persecución intensa, que terminó con Alonso siendo arrestado.
Catalina estaba devastada al enterarse de que su hermano había sido detenido. Fue a la comisaría, suplicando que lo liberaran. Pero todos sus esfuerzos fueron en vano. Alonso fue condenado y tuvo que enfrentar graves consecuencias legales. Catalina se sentó en la celda, mirando a su hermano, y no pudo contener las lágrimas. Sabía que todo lo que había sucedido era culpa suya. Si al principio no lo hubiera detenido, tal vez las cosas no hubieran terminado así