La sombra de la sospecha se cernía sobre la mansión. Cruz, el patriarca de la familia, había despedido a Ros, la institutriz de Jana, con una frialdad que había inquietado a todos. María Fernández, la leal ama de llaves, había sido testigo de la conversación y había escuchado con atención las palabras de Cruz. Intuía que algo no andaba bien, que había mucho más detrás de ese despido repentino. Impulsada por su instinto, María intentó advertir a Manuel sobre sus sospechas. Le habló de la actitud extraña de Cruz, de la forma en que había mirado a Jana, y de la sensación de que algo terrible estaba a punto de suceder. Sin embargo, Manuel, cegado por el amor y la confianza en su padre, no quiso escucharla. Cruz seguía teniendo un gran control sobre su hijo, y sus palabras eran consideradas como órdenes.
La situación se complicó aún más cuando, por casualidad, María escuchó una conversación telefónica de Cruz. Al otro lado de la línea, una voz femenina, dulce y melodiosa, lo llamaba por su nombre. Era la voz de Leocadia de Figueroa, una mujer del pasado de Cruz, cuyo nombre había sido mencionado en algunas antiguas cartas que María había encontrado en el desván. Intrigada, María comenzó a investigar a fondo el pasado de Cruz y Leocadia. Descubrió que ambas habían tenido una relación en el pasado, y que Leocadia guardaba un secreto que podría destruir la reputación de Cruz. La mujer era una viuda rica y poderosa, y se rumoreaba que tenía una conexión con el mundo de la alta sociedad. María comprendió que este secreto podría ser la clave para entender la desaparición de Jana y los oscuros planes de Cruz. Con la ayuda de algunos aliados discretos, comenzó a reunir pruebas que la llevarían a la verdad. Entre los documentos que encontró, había una carta de Leocadia a Cruz, en la que mencionaba un acuerdo entre ambos. María no entendía el contenido de la carta, pero sabía que era una pieza fundamental del rompecabezas.
Mientras tanto, Manuel, desesperado por encontrar a Jana, se había puesto en contacto con la policía. Sin embargo, la investigación no avanzaba y cada día que pasaba, la esperanza de encontrarla se desvanecía. María decidió que era hora de actuar. Se enfrentó a Cruz, mostrándole las pruebas que había reunido. El patriarca, sorprendido y a la defensiva, intentó negar todo, pero María no se dejó intimidar. Le dijo que conocía su secreto y que estaba dispuesta a revelarlo al mundo si no le decía dónde estaba Jana. La confrontación entre María y Cruz fue tensa y llena de drama. Al final, Cruz, acorralado y sin salida, confesó la verdad. Reveló que había utilizado a Jana para chantajear a Leocadia y obtener una gran suma de dinero. Pero sus planes habían salido mal, y ahora Jana estaba en peligro. Con esta información, Manuel y María pudieron finalmente encontrar a Jana y llevarla a salvo. Cruz fue arrestado y llevado ante la justicia. La mansión, que había sido escenario de tantas intrigas y secretos, recuperó la paz y la tranquilidad.