Manuel y Jana regresaron al palacio envueltos en una aura de incertidumbre. La marquesa Cruz, al ver a Jana de vuelta, experimentó una mezcla de sorpresa y furia. Su plan de deshacerse de Jana parecía haber fracasado estrepitosamente. Jana, por su parte, se mostró firme y decidida. Con una voz tranquila pero llena de determinación, exigió a la marquesa el respeto que merecía como miembro de la familia. La marquesa, acostumbrada a que todos se inclinaran ante ella, se sintió desafiada y humillada. En los días siguientes, la tensión en el palacio se hizo palpable. Manuel se encontraba en una situación difícil. Por un lado, sentía un profundo amor y admiración por Jana y deseaba protegerla. Por otro lado, sentía un fuerte vínculo con su madre y no quería traicionarla. La lealtad que sentía hacia ambos lo atormentaba.
La marquesa, por su parte, no se quedó de brazos cruzados. En la oscuridad de su habitación, tramaba un plan para deshacerse de Jana y recuperar el control de la situación. Con la ayuda de sus aliados más cercanos, comenzó a sembrar discordia entre los sirvientes y los miembros de la familia, tratando de aislar a Jana y desacreditarla. Mientras tanto, Jana se ganó el corazón de los sirvientes con su amabilidad y compasión. Muchos de ellos habían sido testigos del trato cruel que había recibido y ahora la veían como una figura de esperanza. Sin embargo, la marquesa no se rendía. En una cena formal, acusó públicamente a Jana de ser una impostora, presentando pruebas falsas que pretendían demostrar que no era quien decía ser.
Manuel, al ver a Jana siendo atacada de esa manera, no pudo contenerse más. Se levantó y defendió a Jana con vehemencia. Su lealtad hacia su madre se vio superada por su amor por Jana. La marquesa, furiosa, lo desheredó. La revelación de Manuel causó un gran revuelo en el palacio. Muchos de los invitados se pusieron del lado de Jana, condenando la crueldad de la marquesa. La reputación de la familia quedó manchada y la marquesa se encontró aislada y sin poder. Al final, Jana y Manuel se casaron y se mudaron a una pequeña casa en el campo, lejos de las intrigas y el drama del palacio. Allí, rodeados de amor y tranquilidad, pudieron comenzar una nueva vida juntos. La marquesa, derrotada y arrepentida, se vio obligada a aceptar la realidad y a vivir con las consecuencias de sus acciones.