Catalina se paseaba por los jardines del palacio, su mirada perdida en el horizonte. La ausencia de Pelayo era una herida abierta en su corazón. Cada rincón del palacio le recordaba los momentos felices que habían compartido, pero también la amarga decepción de su partida. En su bolsillo llevaba siempre una carta, escrita con la letra temblorosa de Pelayo, donde le explicaba, de manera vaga, los motivos de su marcha. Martina, su mejor amiga, observaba con tristeza el sufrimiento de Catalina. No podía soportar verla así, sumida en la melancolía y el dolor. Tras meses de investigación, Martina había descubierto el paradero de Pelayo y había organizado un encuentro secreto entre ambos. Cuando Catalina vio a Pelayo sentado en el banco de su jardín, el mundo se detuvo a su alrededor. Las emociones la inundaron: sorpresa, alegría, ira, dolor… Se acercó a él con pasos vacilantes, sus ojos llenos de lágrimas. “¿Cómo pudiste?”, susurró, su voz apenas audible. Pelayo, con el rostro marcado por la culpa, intentó explicarse. “Catalina, por favor, escúchame. No quise irme. Fui chantajeado. Cruz me amenazó con hacerte daño si no desaparecía”.
Catalina lo miró con incredulidad. Cruz, el antiguo rival de Pelayo, siempre había sido una persona peligrosa. Pero ¿hasta qué punto era capaz de llegar? Pelayo continuó su relato, revelando los detalles del chantaje y las amenazas que había recibido. Habló de su lucha interna, de su deseo de volver con Catalina, pero también de su miedo a las consecuencias. Catalina se sentía desgarrada. Por un lado, quería creerle a Pelayo. Anhelaba volver a sentir el calor de su abrazo, la seguridad de su amor. Por otro lado, la desconfianza y el resentimiento la consumían. ¿Cómo podía perdonar a alguien que la había abandonado de esa manera? Los días siguientes fueron una montaña rusa de emociones para Catalina. Pelayo se aferraba a cualquier oportunidad para demostrarle su amor y arrepentimiento. Le regalaba flores, le escribía cartas apasionadas, pero Catalina seguía dudando.
Una noche, mientras paseaba por el jardín, Catalina encontró un diario escondido en un rincón olvidado del palacio. Era el diario de Pelayo, donde había escrito sus sentimientos más profundos durante todo este tiempo. Al leerlo, Catalina se dio cuenta de cuánto la había amado y cuánto había sufrido por su ausencia. Al día siguiente, Catalina buscó a Pelayo en los jardines. Lo encontró sentado en el mismo banco donde se habían encontrado por primera vez. Se acercó a él y lo abrazó con fuerza. “Te perdono, Pelayo”, susurró entre lágrimas. “Pero recuerda, nunca más me hagas esto”. Pelayo la miró a los ojos, lleno de gratitud y alivio. Sabía que había mucho trabajo por delante para recuperar la confianza de Catalina, pero estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de estar a su lado. Y así, Catalina y Pelayo comenzaron a reconstruir su relación, más fuerte y más sólida que nunca. Habían superado juntos una gran prueba y su amor había salido victorioso.