En la oscura habitación, Cruz apretaba con fuerza la vieja fotografía. Era una imagen de ella y Alonso en los días felices. Junto a ella había una carta, con una escritura desordenada, pero lo suficiente para que Cruz reconociera la caligrafía de Leocadia. En la carta, Leocadia hablaba de su amor, de las promesas que Alonso no cumplió. Y, finalmente, estaban las pruebas de que Cruz había planeado hacerle daño. Leocadia no había muerto. Había fingido su desaparición para protegerse a sí misma y al hijo que llevaba en su vientre. Ese hijo era el fruto del amor entre ella y Alonso. Y ahora, ese hijo había crecido y regresado para hacer justicia por su madre.
La aparición de Leocadia y su hijo sumió a la familia Luján en el caos. Los oscuros secretos comenzaron a salir a la luz. Rómulo, el fiel administrador, se mostró arrepentido por haber obedecido las órdenes de Cruz. Él ayudó a Leocadia a escapar y prometió proteger a madre e hijo. Cruz intentó ocultar todo, pero cuanto más lo intentaba, más la verdad quedaba expuesta. Los sirvientes de la casa comenzaron a dudar de ella. Sabían bien que Cruz era una mujer malvada y dispuesta a hacer todo lo posible para proteger su posición.
Leocadia y su hijo comenzaron a llevar a cabo su plan de venganza. Recolectaron pruebas, se pusieron en contacto con quienes podrían ayudarlos. Cada día que pasaba, la tensión en la familia Luján aumentaba. Cruz sentía que estaba al borde del abismo. Tenía miedo, estaba preocupada y sola. Finalmente, todo llegó a su fin. Leocadia reveló todo lo que sabía ante toda la familia Luján. Cruz fue rechazada por todos, su reputación fue completamente destruida. Perdió todo lo que había intentado construir.