Andrés estaba pensativo frente a la ventana de su oficina, su mirada perdida en las montañas, donde el accidente le arrebató la vida de Mateo. En su corazón, luchaba entre la responsabilidad y el honor. Don Pedro, el padre de Mateo, seguía sin superar el dolor de perder a su hijo y echaba toda la culpa sobre Andrés. Aunque Andrés había revisado el camión siguiendo el protocolo, el señor Pedro no podía aceptar que el accidente fuera un suceso inevitable. Damián, el padre de Andrés y también el líder de la empresa familiar, puso una mano sobre el hombro de su hijo.
“La decisión es tuya, Andrés”, dijo suavemente. “Pero si renuncias, tal vez Don Pedro se calme, y la reputación de nuestra empresa también se protegerá.” La presión seguía aumentando sobre Andrés. Pensaba en el trabajo al que había dedicado tantos años, en la posibilidad de perder la oportunidad de continuar construyendo su carrera en la empresa que su familia había edificado con tanto esfuerzo. Pero, sobre todo, pensaba en la mirada furiosa y llena de dolor de Don Pedro cada vez que lo miraba.
Después de una larga noche de reflexión, Andrés entró en la sala de reuniones, donde Damián y Don Pedro lo esperaban. Respiró hondo y tomó una decisión que nunca había contemplado. “Lo siento”, dijo Andrés con voz temblorosa. “Renunciaré.” Don Pedro cerró los ojos, como si aliviara en parte su carga. Damián miró a su hijo, sin poder ocultar la decepción y la empatía.Andrés salió de la sala, con el corazón pesado. Esperaba que esta decisión trajera paz a la familia de Mateo, aunque sabía que tendría que comenzar de nuevo desde cero.