El antiguo castillo de Añil estaba espléndidamente decorado para el gran día de Catalina y Pelayo. Catalina, con un vestido de novia blanco impecable, esperaba ansiosa el momento de unirse al hombre que amaba. Sin embargo, cuando la hora de la ceremonia se acercaba, Pelayo desapareció sin dejar rastro.
Este suceso inesperado dejó a toda la familia Añil y a los invitados en estado de confusión. Catalina, con el corazón destrozado, no dejó de buscar a su amado, pero todos sus esfuerzos fueron en vano. Mientras tanto, el Conde de Añil, padre de Pelayo, abandonó el castillo para esconderse en el bosque. Estaba atormentado por dolorosos recuerdos del pasado y sentía que no merecía ser padre.
En medio del caos, se encontró una carta misteriosa en la habitación de Pelayo. En la carta, él explicaba que no podía continuar con el matrimonio debido a una razón importante. Amaba a Catalina, pero no quería engañarla.
Catalina quedó devastada al leer la carta. No entendía por qué Pelayo había actuado de esa manera. Con la ayuda de una amiga cercana, Catalina decidió buscarlo. Durante su búsqueda, descubrió un impactante secreto sobre la familia Añil.
Resultó que el Conde de Añil no era el padre biológico de Pelayo. Pelayo era el hijo de una relación clandestina entre el Conde de Añil y una sirvienta. Por temor a manchar la reputación de la familia, el Conde de Añil había ocultado esta verdad.
Catalina encontró a Pelayo escondido en un pequeño pueblo. Allí, entendió por qué él había decidido huir. Pelayo temía que, al conocer la verdad sobre su origen, Catalina lo rechazara.
Tras una larga conversación, Catalina perdonó a Pelayo. Comprendió que su amor era más fuerte que cualquier obstáculo. Juntos, decidieron regresar al castillo para enfrentar al Conde de Añil.
En un tenso enfrentamiento, el Conde de Añil confesó todos sus errores. Pidió perdón a Catalina y Pelayo por haber ocultado la verdad durante tanto tiempo.