Halis despertó en medio de la tranquila noche en la habitación del hospital. La débil luz de la lámpara de noche iluminaba el rostro familiar de Hattuc, quien estaba sentada con la cabeza gacha en la silla junto a su cama, sujetando con fuerza la pulsera que él le había regalado hacía ya decenas de años. Halis recordó aquellos días, cuando su amor fue separado por la familia y las responsabilidades. Su corazón se estremeció al darse cuenta de que, a pesar de los años transcurridos, los sentimientos hacia ella no se habían desvanecido. Extendió su mano con suavidad, tocando su cabello, lo que hizo que Hattuc se despertara sobresaltada. “Sigues esperando por mí, Halis,” susurró ella, las lágrimas cayendo por sus mejillas. “Aunque tal vez nunca llegue mi turno, nunca te he olvidado.”
Halis tomó su mano, su mirada llena de arrepentimiento pero también de amor. “Lo siento, Hattuc. No puedo cambiar el pasado, pero puedo sentir todo lo que has hecho por mí.” Ambos se quedaron en silencio, dejando que las lágrimas unieran los fragmentos de recuerdos pasados. Finalmente, Halis habló: “Aunque tarde, espero que aún tengamos la oportunidad de amarnos, al menos en los momentos que me quedan.” Hattuc asintió, y su corazón finalmente encontró consuelo.
Pasaron juntos los últimos días, compartiendo recuerdos hermosos y sueños no cumplidos. Sabían que el tiempo no era mucho, pero apreciaban cada momento que tenían juntos. Un día, mientras Halis dormía profundamente, Hattuc salió suavemente de la habitación del hospital. Salió al jardín, miró al cielo nocturno lleno de estrellas, y sintió el calor de la luz de la luna. Sabía que Halis se había ido, pero también sabía que su amor viviría para siempre en su corazón