Joaquín se despertó sobresaltado, el sudor frío empapándole la espalda. La pesadilla recurrente lo atormentaba: Miriam, con sus ojos suplicantes, y Gema, con su mirada llena de dolor. La culpa, ese veneno que lo consumía, parecía más fuerte que nunca. Durante el día, en la oficina, cada sonido, cada movimiento lo hacía sentir observado. La sombra de su infidelidad se cernía sobre él, convirtiendo cada interacción con sus compañeros en un suplicio. Intentó concentrarse en el trabajo, pero sus pensamientos se desviaban constantemente hacia Miriam y Gema, atrapado en un triángulo amoroso que lo desgarraba por dentro. La noche fue una tortura. Intentó dormir, pero su mente divagaba, recreando una y otra vez las escenas de sus encuentros furtivos con Miriam. Se sentía asfixiado, como si estuviera atrapado en una red de mentiras y engaños.
Al día siguiente, decidido a poner fin a su tormento, Joaquín buscó a Miriam. La encontró en el parque cercano a la oficina, sentada en un banco, mirando hacia el horizonte. —Miriam, tenemos que hablar seriamente. No puedo seguir así. Ella levantó la mirada, sus ojos enrojecidos por el llanto. —Lo sé, Joaquín. Pero no puedo olvidarte. —Sé que es difícil, pero tenemos que ser realistas. No podemos estar juntos. Miriam se puso de pie y se acercó a él. —Entonces, ¿qué hacemos? ¿Simplemente dejamos de vernos y seguimos con nuestras vidas como si nada hubiera pasado?
Joaquín no supo qué responder. La verdad era que no quería perder a ninguna de las dos mujeres. En ese momento, su teléfono vibró. Era Gema. Con el corazón en un puño, atendió la llamada. —Joaquín, ¿estás bien? Te he estado llamando todo el día. Al escuchar la voz de Gema, Joaquín sintió un nudo en la garganta. —Sí, estoy bien, amor. Solo estaba ocupado en la oficina. —Te extraño mucho, Joaquín. —Yo también te extraño, Gema. Colgó el teléfono, sintiendo una mezcla de culpa y alivio. Sabía que tenía que tomar una decisión, y esa decisión iba a cambiar su vida para siempre.
Durante los días siguientes, Joaquín se sumergió en una profunda reflexión. Pensó en el daño que había causado a Gema, en la traición que había cometido. Pero también pensó en el amor que sentía por Miriam, un amor que lo había llevado a cometer errores imperdonables. Finalmente, una noche, tomó una decisión. Se dirigió a casa de Gema, dispuesto a confesarle todo. Cuando abrió la puerta, Gema lo miró con una mezcla de sorpresa y preocupación. —Joaquín, ¿qué pasa? Tomando una profunda respiración, Joaquín comenzó a hablar. Le contó todo: sus encuentros con Miriam, sus dudas, su dolor. Gema lo escuchó en silencio, sin interrumpirlo. Cuando terminó, lo miró fijamente a los ojos. —Joaquín, ¿cómo pudiste hacerme esto?
Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de Gema. Joaquín se sintió destrozado. —Lo sé, Gema. Lo siento mucho. En ese momento, supo que había perdido a la mujer que más amaba. Y aunque parte de él se sentía aliviado por haber confesado la verdad, otra parte se sentía completamente vacío. Los días que siguieron fueron los más difíciles de su vida. Joaquín se enfrentó a las consecuencias de sus actos. Perdió a Gema, su matrimonio se deshizo y su reputación quedó manchada. A pesar del dolor, Joaquín sabía que tenía que seguir adelante. Tenía que aprender de sus errores y convertirse en una mejor persona. Con el tiempo, las heridas comenzaron a cicatrizar. Joaquín se distanció de Miriam y se concentró en reconstruir su vida. Sin embargo, la culpa siempre lo acompañaría, un recordatorio constante de las decisiones equivocadas que había tomado. La historia de Joaquín es un recordatorio de que las acciones tienen consecuencias y que el amor, por más intenso que sea, no siempre es suficiente para justificar el dolor que se causa a los demás.