Después del shock causado por la partida de Pelayo, Catalina sintió como si todo su mundo se viniera abajo. Sin embargo, en lo más profundo de su alma, aún quedaba una chispa de esperanza. Por su hijo por nacer y por un futuro más brillante, Catalina decidió levantarse. Dejó la casa llena de recuerdos dolorosos y se trasladó a La Promesa, un lugar que prometía un nuevo comienzo.
En La Promesa, Catalina encontró consuelo y calidez en Adriano. Él siempre estuvo a su lado, alentándola y ayudándola a superar las dificultades. Adriano no solo era un amigo, sino un pilar firme en el que Catalina podía apoyarse. Con la ayuda de Adriano, Catalina comenzó a estabilizar su vida. Alquiló una casa pequeña, encontró un trabajo adecuado y se preparó para la llegada de su primer hijo.
Durante su embarazo, Catalina recibió especial atención de Leocadia. Aunque hubo malentendidos en el pasado, Leocadia siempre amó a su hija. La visitaba con frecuencia, compartía su experiencia como madre y la ayudaba a cuidar del bebé. La presencia de Leocadia permitió que Catalina sanara sus heridas emocionales y encontrara el amor familiar que tanto necesitaba.
Cuando nació su hija, Catalina sintió que su vida estaba completa. La pequeña niña heredó la belleza de ambos padres. Catalina la llamó Sofía, como un deseo de que tuviera una vida llena de paz y felicidad. Con el amor de Adriano, la preocupación de Leocadia y su amor por su hija, Catalina creó una pequeña familia cálida en La Promesa. Este lugar no solo era una casa, sino un símbolo de esperanza y valentía. Catalina había superado las dificultades de la vida, se había encontrado a sí misma y había encontrado la verdadera felicidad.